FURY tiene la virtud de recrear las batallas de la II Guerra Mundial con extraordinario realismo, y de presentar la brutalidad de los soldados sin miramientos, incluso, la de los “buenos estadounidenses”. Aún así, FURY recurre al lugar común y a la castración de la imaginación. Brad Pitt deviene en el héroe americano por antonomasia y en esto los creadores de FURY entierran las posibilidades de ir más allá de lo estipulado en éste tipo de películas bélicas. FURY imita las centenares de películas que Hollywood produjo inmediatamente al finalizar el conflicto, es decir, muestra una visión sesgada y plana de los combatientes. Por un lado están los americanos que se saben portadores del bien y su violencia es la buena, y de paso, heroica o abnegada, mientras que en la acera opuesta está el “malo alemán”, un soldado sin alma y cuya motivación en los combates siempre es oscura y siniestra. FURY deambula en este cliché y ahí pierde todas sus posibilidades de ser un producto bélico de mayor estatura. Luego, la escena final, es caricaturesca y le quita veracidad a lo que se nos mostró en la primera hora de la película. Brad Pitt, procura mantener el tipo, aunque es innegable su incomodidad alrededor de una caracterización fantasiosa y sin ninguna profundidad psicológica. FURY gustará a los peritos en tanques y a los amantes de las bombas y cañonazos, en mi caso particular, ya siento aversión por la guerra, incluso aquella que se hace en defensa justa.