Basada en una obra teatral de Tennessee Williams, Huston trasladó con acierto la obra al cine, básicamente, al enfrentar –me parece- a unos excelentes actores con sus propias carencias y virtudes. El gran logro con el reparto define nítidamente su personalidad y la de sus intérpretes. Aquí no hay fe o redención, ni se pretende; tampoco espiritualidad: sólo un generalizado grito onanista que únicamente satisface Sue Lyon por ese egoísmo propio de quien se sabe firmemente respaldado en la vida. La intensidad interpretativa es el punzante reflejo de la visión de Huston – que era un fiera - sobre ellos, y de los intérpretes – que no eran mancos- sobre si mismos. No parece que esto les afectara y este pudiera ser otro de los grandes hallazgos de un film osado para su época y aún ahora si somos capaces de verlo como se ve el buen cine: sin limitaciones propias de edad, condición y época. Ni el tormentoso mundo de Tennessee Williams es tan ajeno, lejano o desfasado, ni el cínico machismo de John Huston tampoco. Pasen, vean y disfruten de la espléndida madurez de una mujer que no supo envejer como Ava; de una Lolita que se difuminó cuando entró en la recta de la treintena; de un estupendo Burton ambiguo, alcohólico, explosivo, inseguro y cándido; de una entrañable Deborah Kerr no tan hierática aunque muy inglesa, llena de buenas esencias que creció a fuerza de realidad y de un Huston egoísta enfermizo cuya obra, en sus puntos álgidos fue tan magnífica como mediocres sus obras menos personales.
Me ha encantado el papelín del Indio Fernández; Cyril Delevanti soberbio como decadente poeta; el papel de posesiva lesbiana que interpreta con gran solvencia Grayson Hall; la señora aquejada de descomposición (que no se quién es) y el trabajo fotográfico del mítico Gabriel Figueroa.
Después de revisionarla me ha parecido mucho mejor que “mi primera vez” en plena adolescencia.
Imperecedera.