Hay una inconsistencia argumental que lastra toda la película y que finalmente la hace naufragar: el carácter del "espíritu" Alberto. A ratos aparece como una especie de "aliade" -como dicen ahora las feministas; en otras ocasiones es un psicópata asesino (por cierto, estoy hasta las narices de que nuestros cineastas asocien la imaginería religiosa con el terror, como si a todos los hubieran educado unas tías de Salem).

Berger no sabe qué hacer y al final tira por la calle de enmedio, y acaba la película con un paseíllo triunfal y feminista de la sra. Verdú. Pues bueno... pero esperaba algo más sofisticado, la verdad.