Más allá de su calidad y de lo mal que algunas han envejecido, no cabe duda de que las miniseries televisivas de Stephen King fueron exitosas y rentables durante toda la década de los 90's (prácticamente tuvimos una cada año), y poco a poco se han ido convirtiendo en un pequeño clásico del horror.

Así como el hoy tan reivindicado 'cine ochentero' tiene unas características identificativas, estas miniseries, con su formato 1,33:1, su ostentación y sus actores de segunda fila (que a menudo gozaron de una popularidad efímera en la década anterior), también poseen un cierto modus operandi, una fórmula, una serie de pistas acerca de cómo se concebían los productos televisivos en una época anterior al boom de Perdidos y Los Soprano.

'Rose Red' fue una de las últimas miniseries de King, ya entrados en 'los dosmiles', y quizá la más ambiciosa a nivel visual. Como alguna de sus antecesoras, en España se comerzializó directamente en DVD, como si fuera una película de cuatro horas, aunque por estructura era muy fácil adivinar dónde terminaba un capítulo y empezaba el siguiente.

En su punto de partida nos presenta a una doctora en psicología fascinada por la macabra historia de Rose Red, que con un grupo de personas con poderes psíquicos se dispone a investigar los fenómenos que, en teoría, habrán de tener lugar durante la visita a la mansión. A pesar de lo manido de esta premisa argumental (que remite de forma muy directa y manifiesta a la leyenda de la mansión Winchester y la novela 'The Haunting of Hill House', de Shirley Jackson) se nota en el primer acto la capacidad de Stephen King para fascinarnos. Aun tirando de convenciones se las arregla para tejer con audacia una leyenda con cierta enjundia alrededor de la casa. Todo el primer capítulo se usa para presentarnos a cada uno de los personajes (más o menos estereotípicos, más o menos odiosos, mejor o peor interpretados) y lo cierto es que, en general, es un prólogo muy disfrutable.

Una vez que el grupo penetra en Rose Red aun asistimos a alguna que otra idea brillante a nivel conceptual, casi siempre relacionada con la caprichosa estructura de la casa o con ciertos detalles del pasado, expuestos a modo de flashbacks.

Lamentablemente, con las primeras manifestaciones sobrenaturales, comienza también el comportamiento errático y sin sentido de los personajes. Asistimos a una progresiva simplificación de la historia, que tanto hype provocaba en el prólogo, hacia un terror más simplón, más de barraca de feria y muy focalizado en el impacto visual. Sin embargo, las escenas supuestamente atemorizantes se quedan cortas debido a un montaje muy lánguido y reiterativo, que además lastran la progresión de la historia en favor de secuencias de cinco o siete minutos donde no pasa absolutamente nada.

Inevitablemente, al final la historia vuelve a coger cierto ritmo, pero ya es demasiado tarde, pues hace tiempo que perdimos interés por el destino de unos personajes bastante huecos, y aun en lo que se supone debía ser el climax, hay ciertas decisiones de realización, que restan fuerza a lo que sobre el papel y con la prosa de Stephen King hubiera podido quedar muchísimo mejor.

Creo que ese es en general el problema de las adaptaciones de King. A menudo sus libros tienen la facultad de dotar de verosimilitud a situaciones por otro lado muy arquetípicas, que pierden mucho al ser llevadas a la pantalla de una manera excesivamente formulática y falta de originalidad. Algo de ese genio literario está presente, como ya he dicho, en el primer acto de Rose Red, pero lamentablemente dura muy poco.

En lo personal he disfrutado con moderado entusiasmo, pero ha sido principalmente por el recuerdo de aquellas miniseries y su modus operandi. Es interesante como unas fórmulas televisivas dan paso a otras, cómo ha crecido el nivel de exigencia del espectador medio. Hoy día Rose Red sería duramente criticada por seriófilos veinteañeros, pero quienes somos capaces de hacer esa visión de contexto aun podemos disfrutar de pequeños destellos del mejor gótico norteamericano, y es que Stephen King no es tonto, por más que lo parezca en los cameos que hace en sus pelis.