La única pega de King Kong es que pertenece a otra especie. Por lo demás, no es posible que haya un enamorado más devoto, desinteresado, tierno, protector e inteligente.
Lo que realmente me cautiva en esta aparatosa superproducción de aventuras (las escenas de acción llegan a hacerse excesivas), es ese romance exclusivo entre simio y humana. Cómo el desabrido mundo se desvanece alrededor de los dos cuando están juntos, solos, compartiendo un amor insólito, imposible, vencido desde el comienzo porque todos los elementos se oponen a semejante unión entre criaturas que lo que tienen de distinto es su envoltorio físico. Tanto la criatura irracional como la mujer saben desde el principio que no hay futuro, que sólo cuentan con esos momentos presentes en la isla y pocos más. Nadie entendería, ni la misma naturaleza admitiría que, dejando aparte el escollo de sus enormes diferencias anatómicas, encuentran una sintonía perfecta, una comunión que no necesita palabras, ni nada más que estar cerca y hundirse en las pupilas del otro y compartir su mutua compañía en momentos de paz robada, frágil, similar a la calma en medio de la tormenta. Ambos han hallado a su alma gemela, algo tan raro en esta vida y, ya traspasados por esa certeza, no volverán a ser los que eran. Ahora ella siempre sentirá la calidez de esas manos monstruosas que la tratan con tanta gentileza, evocará el consuelo íntimo de tener un protector contra viento y marea, que se interpone entre ella y los miles de peligros mortales que la acechan como humana, tan pequeña, tan débil, unida a la vida con un hilo tan tenue y milagroso, en todo caso tan tenue como el de todos los seres vivos. Pero es muy gratificante la sensación de ser amada por un galán atípico y colosalmente fuerte que te da la seguridad de que se interpondrá ante todo lo que pueda hacerte daño, que será tu escudo, que te dejará libre porque quiere que seas feliz de cualquier forma, que dará su vida por ti, que se humanizará cuando estés con él y sacará lo mejor que tiene por ti y nada más que por ti. Él no puede protegeros de la ruindad ajena, ni de un corazón que se destroza, ni de la rotura de vuestra finísima burbuja en la que olvidáis por unos minutos a todos los monstruos que pueblan el planeta, ya sean racionales o no. Pero es hermosa la ilusión, mientras dura.
Kong lucha por amor hasta el último latido, y algo se rompe dentro de Ann cuando sale de la burbuja para ver a su herido y gentil devoto que nada puede contra los monstruos humanos.
Nadie la va a querer así de nuevo. Quizás Jack se aproxime mucho. Pero unos ojos como los de Kong no volverá a haberlos jamás.
Hay fuerzas incontenibles en la naturaleza, que no podemos dominar. Una de ellas es la batalla de la vida por abrirse camino, por defenderse y repeler a sus agresores, a los que invaden su territorio natural. Otra de ellas es ese impulso indefinible que nosotros llamamos amor.