Una anciana al cargo de la limpieza de unos servicios de caballeros va recordando su triste pasado y presente mientras escucha el goteo constante del agua, siente la humedad y observa el ir y venir de docenas de hombres anónimos. Su arrugada faz y su cuerpo marchito arropado con telas oscuras como plumas de cuervo ostentan un cansado luto por una vida arruinada, gastada en penurias. Qué poco duró su rosada juventud, cuando era una hermosa muchacha a la que sedujo un soldado cualquiera de tantos que había, dejándole como regalo de despedida un hijo que tampoco tenía mucho futuro en un país amenazado por la invasión y la guerra.
Qué gran retrete ha sido su vida, como lo es la de tantas muchachas arrojadas a un mundo cruel y voraz, quienes no conocen mucho más que el hedor de los excrementos, el rumor constante de las cisternas, la humedad que hiela los huesos, y un desfile de hombres indiferentes que vienen y van, dejándoles sus desechos y una moneda en un amago de caridad rutinaria.