¿En qué consiste el cine prodigioso? ¿En un guión que quita el hipo, en una espectacularidad audiovisual apabullante, en unos actores que se pasan todo el rato al borde del infarto? ¿En un guión sencillo, en una simpleza audiovisual carente de una abundancia de efectos artificiales, en unos actores que no interpretan, sino que parecen seguir con lo que estaban haciendo antes de que llegaran esos tipos con cámaras, olvidándose de que los están grabando?
En el cine todo es posible, todo entra. Desde la superproducción más ampulosa al largometraje más desapercibido y discreto, que se asemeja a un pedacito que queda olvidado en algún rincón polvoriento.
"Aparajito" pertenece al segundo tipo. Procedente de un país que no es uno de los pioneros en la industria cinematográfica, de un director que no le suena a la gran mayoría, de unos años ya lejanos (la década de los cincuenta), mostrando el estilo de vida de personas humildes de la India y, en suma, con un argumento tan natural y familiar como la tierra. Nada extraordinario que contar. Ni intrigas de poderosos, ni epopeyas, ni batallas, ni fantasía, ni magia artificial, ni sofisticación, ni una explosión de fotogramas grandiosos, ni una música solemne de orquestas clásicas, ni canciones fashion, ni actores histriónicos.
El impacto de cada imagen se halla en la exuberancia del paisaje bengalí, en la presencia de la naturaleza, en las modestas construcciones humanas, en el modo de vida, en las costumbres, en las tradiciones, en los exóticos sonidos de los instrumentos musicales autóctonos y, sobre todo, en las personas en sí. Sus relaciones, las conversaciones, las preocupaciones, las esperanzas, la tristeza y la felicidad.
Yo estoy convencida de que muchas de las mejores películas de la historia del cine son las que filman trozos de vida sin inmiscuirse aparentemente, como si permitieran que los hechos ocurran libremente y que ellos fueran los que escribiesen el guión sobre la marcha, y no al contrario.
Aquéllas que reflejan los ciclos vitales tal y como podrían suceder, y como de hecho suceden. Sin forzar nada.
Apu, el niño bengalí de los ojos inmensos, ahora vive con sus padres en la ciudad sagrada de Benarés, a orillas del Ganges. El diminuto pueblo de sus primeros años ha quedado atrás, y ellos han proyectado sus modestos sueños de bienestar y futuro en la ciudad. Pero tras la normalidad de los días acecha también la desgracia... Y la vida de Apu sufrirá un nuevo cambio.
Está destinado a ejercer de sacerdote, como su padre, y aprende el oficio con diligencia. Pero sus aspiraciones personales le dictarán algo distinto... Quiere ser estudiante. No se conforma con ser un sacerdote provinciano... Desea estudiar y llegar lejos. Cultivar su mente despierta y hambrienta. Pero sabe que su familia no es adinerada, y que sería necesario hacer sacrificios. Pese a las barreras, él está convencido...