Perdido en la inmensidad de uno de los brazos de una galaxia espiral, un diminuto planeta orbita alrededor de una estrella de tamaño mediano, la cual es sólo una más entre cien mil millones de hermanas estelares que giran juntas, unidas por la atracción gravitatoria.
Y ese diminuto planeta podría ser tan sólo una mota insignificante. Pero puede que, en el devenir del vasto e inalcanzable cosmos, esa mota contenga lo bastante como para ascender un escalón en el museo de curiosidades del Universo, ya de por sí saturado de fenómenos insólitos.
Y es que ese planeta tan pequeñito destaca por su intenso color azul, acompañado de jirones blancos y de extensiones marrones y verdosas.
Pero, más que los colores, lo que realmente podría ser llamativo para un hipotético observador inmaterial, omnisciente y externo, es lo que indican. Algo que, a saber por qué, no existe en los otros planetas que viajan cerca de ése de luminoso azul.
La presencia de vida.
Incluso en las zonas más castigadas por las inclemencias y por la crueldad de las condiciones, prolifera ese misterioso estado de consciencia, sensibilidad, percepción, movilidad e independencia que impulsa a una miríada de extraños trozos de materia a actuar por su cuenta y con diversos grados de inteligencia, en lugar de permanecer inertes y simplemente expuestos a los elementos y al desgaste del tiempo, como la materia inorgánica que los rodea.
Pero no. Ellos libran una lucha olímpica contra el reloj. Y, ¿para qué? ¿Para pelear sin cesar por la supervivencia? ¿Para generar descendientes y perpetuar los ciclos? ¿Para morir y acabar como antes del principio, probablemente regresando a una nada y a un vacío en el que nada se siente, en el que no se padece?
¿Vale la pena tanto esfuerzo?
Debe de valerla.
Porque incluso en los hielos polares perpetuos, en los desiertos más tórridos, y en todos los lugares, en ese extraño planeta, que pueda abarcar la imaginación del observador hipotético, la cadena orgánica se multiplica y se diversifica con tanta desorbitada fecundidad que sin duda debe de ser un espectáculo digno de admirar: el modo milagroso en que se aferran todas esas criaturas a su chispa vital.
¿Por qué es la vida tan importante?
Una pregunta para la que no tenemos respuesta. O, quizás, millones de ellas. Tantas como estrellas hay en la Vía Láctea.
A lo mejor la vida es la mayor aventura del cosmos. O a lo mejor no es más que una peculiaridad entre una infinidad de ellas, en un Universo eternamente enigmático.
Nosotros seguramente nunca podremos averiguarlo.
Este extraordinario documental de la BBC refleja la aventura de vivir con grandiosa belleza. El vestigio de aquello que convierte a la Tierra, el Planeta Azul, en algo único e incomparable, en una rareza que, estoy casi segura, no abunda más allá.