Mis hermanos tuvieron suerte y al final pudieron librarse de hacer el servicio militar obligatorio (la "mili"), en los tiempos aún recientes en los que, como muchos sabéis, todos los varones mayores de edad que no estuvieran exentos por razones de salud o discapacidad eran convocados a filas. Como muchos de vosotros, cuando cumplieron los dieciocho años, la odiada carta anunciando el cumplimiento de sus deberes patrióticos llegó, pero ya por entonces se ofrecía a todos los jóvenes estudiantes la opción de prorrogar su ingreso a filas por causa de sus estudios, siempre y cuando quedara demostrado que los realizaban con aprovechamiento. La otra opción consistía en la objeción de conciencia o prestación de un servicio social alternativo para aquéllos que, por motivos éticos o religiosos o simplemente de principios, se negaran a tomar las armas.
Año tras año, mis hermanos solicitaron las prórrogas y les fueron concedidas, hasta que la mili se extinguió y se creó el ejército voluntario.
He sabido de conocidos míos que ingresaron voluntariamente en el ejército y realizaron misiones peligrosas, en las que tenían que viajar hasta lugares muy conflictivos.
Los que vivimos ajenos a la vida castrense solemos ignorar lo mucho que se exponen esas personas que consagran sus vidas a proteger las de todos nosotros. La de soldado sería una profesión que yo jamás habría elegido, desde luego, porque me dan pánico las armas, me dan tirria las jerarquías militares y, en general, todo lo que rodea a un ejército. Pero comprendo que su existencia es, por desgracia, necesaria en este mundo en continua amenaza, y no sólo por las guerras, sino porque también desempeña misiones de salvamento y realiza con frecuencia labores positivas para la gente. Que no todo ha de ser negativo en ese mundillo. Como todo, puede ser un arma de doble filo; como muchos inventos e ingenios que lo mismo contribuyen a mejorar la calidad de vida, también pueden desembocar en un uso destructivo.
La película nos adentra en una de las zonas más candentes y mortíferas del planeta, en la frontera entre Israel y Palestina, y nos muestra cómo se desenvuelven algunos soldados y oficiales israelíes mientras se preparan para hacer frente a una emboscada. Hombres y mujeres jóvenes, corrientes y ordinarios, que ríen, aman, se divierten, trabajan, bromean y sienten la tenaza del temor porque se arriesgan a la muerte en el campo de batalla. En Israel y en Palestina, y en cualquier nación en conflicto, muchos chicos y chicas que, de vivir en otra parte, podrían dedicarse a profesiones pacíficas, han crecido sin embargo haciéndose a la idea de que, tarde o temprano, se verían impulsados a empuñar las armas.
Pero no por ello dejan de tener sus sueños y su juventud corriéndoles por las venas. No son distintos de nosotros.