Haz click aquí para copiar la URL
Voto de Vivoleyendo:
7
Drama Berlín, 1942. Bruno (Asa Butterfield) tiene ocho años y desconoce el significado de la Solución Final y del Holocausto. No es consciente de las pavorosas crueldades que su país, en plena guerra mundial, está infligiendo a los pueblos de Europa. Todo lo que sabe es que su padre -recién nombrado comandante de un campo de concentración- ha ascendido en el escalafón, y que ha pasado de vivir en una confortable casa de Berlín a una zona ... [+]
28 de marzo de 2009
20 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes de corrompernos ante tantas inmundicias que nos van manchando, aún contemplamos el mundo con esa mirada limpia que no distingue entre razas, ni piel, ni credos, ni condición.
Cuando todavía estamos en esa edad pletórica, a nuestros ojos las personas no son más que eso: personas. Una más altas, otras más bajas, unas más claras, otras más oscuras, cada una con su rostro y su silueta y su forma de ser.
Cuando todavía somos puros, cosas como los prejuicios aún no han hecho mella y no comprendemos por qué algunos mayores desprecian a otros por tonterías como el color de la piel, porque hablen de otro modo, porque vengan de otro lugar o porque tengan otra forma de hacer las cosas.
En ese momento de nuestro desarrollo, lo único que nos importa es tener algún amigo con quien jugar y con quien poder hablar de todo eso que los adultos, demasiado ocupados con sus absurdos problemas, no entienden. Hemos oído decir que los judíos son malvados y ladrones (no sabemos a ciencia cierta qué es ser judío, y tampoco sabemos por qué son malvados y ladrones), hemos oído que los que vienen de tal o cual sitio son gentuza, cosas por el estilo.
Pero nuestro corazón, que es el que más sabe, no se lo cree. Por fortuna, en esa edad dorada, el alma es instintivamente más sabia de lo que lo será después, cuando ya esté contaminada.
En esa edad dorada, los alambres de espinos aún no son barreras insalvables, y los uniformes de rayas todavía no llevan el sello del horror y de la muerte, y aún sentimos lástima y podemos llorar cuando vemos que se maltrata a otros seres humanos (aunque algunos mayores se empeñen en decirnos que no son personas y que se merecen el maltrato).
A esa edad, las palabras no nos engañan. Sólo remueven un poco la superficie, pero no llegan a tocar el fondo.
La verdad se muestra por sí sola. La verdad llega más hondo que las palabras adornadas.
Desde los ojos de Bruno, hijo de un oficial nazi, saltaremos ese alambre de espinos que separa dos mundos y estrecharemos las manos con nuestros semejantes.
Vivoleyendo
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow