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Voto de Vivoleyendo:
7
Drama Una mujer a la que le ha tocado la lotería se casa con un presunto dentista. El novio abandonado lo acusa de no tener licencia para ejercer como tal. A causa de ello, el matrimonio vive con dificultades, pero la mujer ahorra compulsivamente. Finalmente, la avaricia y los celos desembocarán en tragedia. Existen dos versiones: la censurada, de dos horas y media, y la completa, de cuatro horas. (FILMAFFINITY)
28 de febrero de 2013
18 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
He visto la versión de cuatro horas y, a riesgo de que el venerable Stroheim se revuelva un poco más en su tumba, tengo que declarar que me alegro de no haber tenido que ver las nueve horas proyectadas originalmente y que se perdieron en las cenizas del olvido. No digo que no sea una pena y una barbaridad que una obra artística sea censurada, truncada y mutilada por la insensibilidad del dinero que mueve a las compañías y productoras (al menos en ese tema, el del vil metal, Stroheim estuvo muy acertado en su ópera prima), pero se me hubiera hecho tremendamente complicado aguantar nueve horas o más de metraje, si ya me ha costado superar cuatro. Lo siento por el insigne director si no soy digna de su pasión por su trabajo. Por lo menos lo he intentado, y la cosa no ha salido mal, si bien con “Avaricia” yo prefiero no entrar en el plano de las obras maestras.
La degradación progresiva de los protagonistas es lo que inmortaliza esta película. Qué cierto es que el dinero corrompe y destruye. Stroheim presenta un entorno descarnado de seres avaros o que, sin serlo en un principio, acaban cayendo en las garras de la codicia. Tanto la amargura de la pobreza como la obsesión por la riqueza impiden alcanzar la felicidad. Con la sola excepción de una encantadora parejita de ancianos, el resto de los personajes viven inmersos en unas psicosis, paranoias y bajos instintos que les impiden disfrutar de lo que tienen y que los empujan a ambicionar lo que no podrán tener, envidiando y acumulando rencor y frustración. Cada uno hace gala de algún rasgo muy amenazador: MacTeague, su propensión a dejarse llevar por la furia; Trina, su impenitente tacañería; Marcus, su rastrera envidia; Maria, su afición a presumir de lo que carece; y Zerkow, su instinto de ave de rapiña. También la madre de MacTeague ha sido una desgraciada, soportando a un marido borracho y putañero, sostenida por la única esperanza de ver a su hijo bien situado.
Stroheim no se hace de rogar a la hora de sacar los graves defectos de cada uno, y las épocas de calma y prosperidad siempre están marcadas por la amenaza inevitable, pues es obvio que las cabras tirarán hacia el monte, como les manda su instinto.
MacTeague tiene un fondo violento e incontrolable que al ser despertado es muy peligroso, y esa agresividad latente se va percibiendo a rachas hasta que las circunstancias lo lleven más allá de sus límites. Pero también es cierto que es un hombre sencillo que sólo busca un poco de amor y un hogar tranquilo. Quiere a Trina y el hecho de que a ella le toque la lotería no influye en sus sentimientos, cosa que no se puede decir de Marcus, el “devoto” primo de la chica. Pero es la misma Trina la que hará peligrar la estabilidad conyugal con su excesiva devoción por un dinero que se niega a gastar.
El mensaje se resalta con machaconería. Esos simbólicos brazos esqueléticos y esos dedos de uñas como garras aferrándose al oro, adorándolo como a un dios. ¿Para qué se quiere el dinero si por no gastarlo uno se rebaja a la miseria física y moral? ¿No es absurdo guardar intactos cinco mil dólares y malvivir, destruyendo tu relación con la persona que te quiere?
Porque el gran amor de Trina no es su marido, que está muy enamorado de ella (hasta que se le hinchan las narices). MacTeague es algo secundario, una mascota que le hace compañía. Ella no siente pasión por el hombre; lo que la apasiona son los billetes y monedas. Su cariño por el esposo es un efecto rebote; la lujuria por las riquezas suple a la lujuria carnal, y accede a esta última (que en realidad la horroriza, el sexo la incomoda) solamente porque la otra es tan fuerte que le permite regalar migajas.
Las otras mini-historias también giran en torno a las bajas pasiones, a excepción, como ya señalé, del romance de los ancianitos de la pensión. Stroheim no cerró todas las puertas, afortunadamente. Se agradece.
Suficientemente sórdida, con escasos toques de dulzura, buenas actuaciones y el expresionismo propio de la etapa muda. Y montones de escenas perdidas.
Lo siento por Stroheim. No se mereció lo que le hicieron a su querido largometraje, por más que yo no sepa apreciar la magnitud de la tragedia.
Vivoleyendo
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