Woody Allen se ha salido de su línea habitual para embarcarse en esta obra, y lo ha hecho tan bien que se ha consagrado como uno de los grandes directores de intriga y drama, algo a lo que no nos tenía acostumbrados.
A un joven entrenador de tenis se le abren las puertas de la exclusiva flor y nata de la sociedad londinense, realizando con ello sus mayores ambiciones ocultas. Pero su organizado esquema de vida se desequilibra cuando entra en juego una explosiva chica que, al igual que él, no procede de la jet-set y que, al contrario que él, sigue dando tumbos para buscarse la vida y tiene dificultades para adaptarse a ese mundo de gente pija y ricachona.
El protagonista se debatirá en un dilema en el que, por un lado, está todo lo que ha alcanzado y que no está dispuesto a abandonar por la comodidad que le brinda; y, por otro, su atracción por la chica, que puede dar al traste con todo lo que él ha conseguido.
En este juego a dos bandas, la tensión irá aumentando hasta niveles insoportables. La película, que había comenzado sosegadamente, incluso demasiado frívolamente, haciendo saltar mis alarmas al hacerme creer que lo único que iba a presenciar era una insulsa historia de Pijolandia con unos cuantos snobs filosofando sobre lo aburrido que es viajar en yate y en jet privado (por lo menos así me sentí yo al principio, que fui al cine a verla sin saber en absoluto de qué iba). Pero, ¡oh, sorpresa! Me encontré con un thriller de los que hacen época, de ésos que te mantienen todo el rato con los puños apretados, te dejan con la boca abierta y hacen trabajar tu conciencia a tope, dejándote al final como si te hubiera pasado por encima un camión de gran tonelaje.
La fotografía es insuperable. Casi todos los planos nos acercan a los personajes y nos permiten observar sus expresiones y vaivenes al detalle. Y, por cierto, que las actuaciones son magníficas. Jonathan Rhys-Meyers y Scarlett Johansson, de sobresaliente. Ella me sorprendió con la fuerza de su interpretación.
También magníficas algunas vistas panorámicas de Londres, que se ven como el que no quiere la cosa, a través de algún ventanal; y, desde luego, los interiores de las grandiosas casas de los ricos.
La banda sonora, toda basada en ópera, es sofisticada y muy adecuada para el tono del film, dándole un toque clásico y distinguido.
Y también se hacen notar las referencias a la obra que ha inspirado esta película: "Crimen y castigo", de Dostoievski.
E interesantes las reflexiones de la voz en off.