Los Hart están podridos de dinero. Tanto, que tienen todo el tiempo libre que quieren, y pueden dedicarse a hacerse arrumacos y a convertirse en investigadores aficionados, contando con la leal asistencia de Max, su mayordomo.
Una parejita que se regala un Rolls-Royce el día de San Valentín o que, si le da el capricho, se va a tomar el té a la otra punta del país y le da tiempo de estar de regreso para la cena, ha de desarrollar hobbies de altura. Ver la tele, ir al cine o hacer un picnic campestre en las afueras son distracciones destinadas a la población media que ha de aprovechar los pocos ratos de ocio que les deja el trabajo y las responsabilidades vulgares de las familias de clase media.
Así que nada de sentarse a ver el partido tomándose una cerveza, o distraerse haciendo punto de cruz.
Lo suyo es meter las narices en asuntos ajenos y jugarse el pellejo destapando entuertos. Y lo chic que queda eso, oye. Y encima con mayordomo. Qué clase.
Y después todavía les sobra un rato para volar a la Quinta Avenida en jet privado para que Thomas le compre a Jennifer un diamante tan grande como una pelota de tenis. O para que Jennifer le compre a Thomas unos gemelos de oro del tamaño de puños.
Por supuesto, cenar en el “Four Seasons”.
Bailar agarraditos en el “Rainbow Room”.
Y aún llegan sobrados a casa para retozar, dormir y levantarse al día siguiente con más ganas de resolver casos…