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Voto de Vivoleyendo:
7
Drama En Viena, en la primavera de 1900, el soldado Franz conoce a Leocadia, una prostituta, pero acaba liándose con una criada, que pronto pasa a manos del señorito Alfred, el cual mantiene también un affaire con Emma, una mujer casada, cuyo millonario marido se entretiene con una modista que está enamorada del poeta Robert, amante de una gran actriz encaprichada con un joven teniente de dragones. (FILMAFFINITY)
24 de septiembre de 2010
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La rueda del flirt, del galanteo, de las aventuras amorosas, de las relaciones fugaces y esporádicas, completa un giro en el que se confecciona, eslabón a eslabón, una cadena de amantes. La condición es que se trate de affaires relámpago, de una tarde o de una noche, en los que prime el momento presente, el ahora. Fuera marido o esposa, fuera compromiso, fidelidad o promesas de futuro. El soldado Franz se acuesta con la prostituta Leocadia y poco después seduce a una criada, la cual no tarda en ceder a los deseos del señorito de la casa en la que trabaja, el cual concierta una cita secreta con una mujer casada… Y así el carrusel avanza, de flor en flor, de cama en cama. La caza y captura se describe en múltiples formas, el sexo es omnipresente aunque no se vea directamente en ninguna escena, insinuado en el breve enfoque de un puente, de la oscuridad de un jardín, tras puertas y postigos cerrados, y hasta en la superficie de un espejo de techo. Hombres y mujeres, solteros, casados, jóvenes o maduros, degustan el juego de los amoríos a dos bandas, orquestados por un maestro de ceremonias omnisciente y cantarín que dirige el tiovivo. Se halla en todas partes, conoce todos los romances, es cómplice y bienhechor, favorece los encuentros adoptando mil identidades, cochero, lacayo o maître. Especie de Cupido a la francesa, o a la vienesa mejor dicho, no precisa lanzar flechas, pues los implicados son curtidos en esas lides, pero sí echa una mano para que los amantes dispongan de su rato de pasión. Sin tormentos morales ni remordimientos, sin amores profundos ni rupturas trágicas, porque aquí lo que interviene es la zona más superflua del corazón, los sentidos, el cuerpo, el vive la vie. Nos situamos en 1900, punto de inflexión, final de un siglo y principios de otro, año significativo por su ambigüedad posicional, por estar en medio, para unos el término de una era y para otros el comienzo de otra. Símbolo, en este caso, de lo que puede tirar hacia ambos lados, como los casquivanos personajes, los cuales, conociendo cada uno solamente su pequeña porción en el todo y su enganche con los eslabones colindantes, engarzan un largo y pintoresco collar.
Ophüls rodó un capricho picante y audaz, como esas pinturas de alcoba sobre bacanales, sobre sátiros y ninfas, o sobre galanteos de elegantes lechuguinos y damas con su virtud alegremente en peligro o ausente, en las que el denominador común es dejarse llevar por los inagotables misterios del deseo.
Vivoleyendo
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