Tienen razón las opiniones que afirman que este horriblemente sórdido drama sobre la sinrazón de la existencia y de la violencia es incómodo, chocantísimo. He tenido que retirar la vista de la pantalla unas cuantas veces, y al principio creí que no iba a poder resistir los mareantes movimientos de la cámara ni las dos fuertes, terribles escenas que se hacen tan intolerables que el cuerpo literalmente las rechaza. Estuve a punto de no continuar, porque no estaba segura de ser capaz de soportarlo. Ver y oír cómo le machacaban la cabeza a un tipo era un trago malísimo que instintivamente me impulsaba con todas mis fuerzas a volver la cara y darle al stop. El corazón se me había acelerado y notaba agarrotados los músculos del pecho. Y eso que sólo era ficción. Mi razón recitaba que aquello no era real. Pero mi cuerpo estaba reaccionando como si lo fuese. No pude apenas respirar hasta comprobar que el fragmento de la matanza había terminado, dando paso a hechos cronológicamente anteriores. Y después, la violación… Era tan interminable como sufrir un dolor agudo que no se alivia. Lo peor, lo peor de todo, es la sensación de que las cosas pueden ser peores aún mientras está sucediendo algo que no se puede asimilar, algo que los mecanismos de conservación del cerebro repelen con tanta furia que traspasa el límite de lo terrorífico. Mientras aquel tipo sodomizaba a la chica, y el llanto sofocado de ésta martirizaba los irritados nervios, el pánico se desbocaba en pensamientos obsesivos: “le va a hacer más daño aún, la va a rajar, le va a dar una paliza, le estará doliendo muchísimo, la desfigurará, le romperá su lindo rostro, la matará golpe a golpe. Ella está sufriendo lo indecible, esa es una de las cosas más espantosas del mundo, lo más ruin del ser humano, infligir tanto daño gratuito a un ser indefenso.” Parece mentira cómo unas imágenes ficticias pueden disparar hasta tal punto las alarmas, el miedo, la pena, la rabia.
Gaspar Noé me ha puesto al límite, aunque desde luego que con semejante despliegue no es de extrañar. Su tratamiento de la violencia hace que otros parezcan niños de pecho en cuanto a la manera de acercarse a un tema tan controvertido. O tal vez Noé ha sido sencillamente más visceral y no se ha andado con tapujos. Ha filmado la omnipresente violencia que salta sin el menor porqué y en cualquier rincón. Todos los días surgen brotes de odio, racismo, xenofobia y homofobia, todos los días ocurren violaciones, todos los días asesinan a gente, todos los días hay venganzas. Lo escuchamos en las noticias como el que oye el runrún del aspirador. Pero Noé planta todo eso ante las narices y parece espetar: “¡Ahí tenéis! ¡Así somos! ¡Esto es lo que pasa!”
Y sí, el tiempo lo destruye todo, y es irreversible. No se puede rebobinar. No se pueden deshacer los crímenes, una vida destrozada no puede volver a ser como antes. Los actos no se pueden borrar como si no hubieran sucedido.