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Voto de Vivoleyendo:
7
7,4
121.315
Cine negro. Thriller. Acción
En Sin City, ciudad de policías corruptos y atractivas mujeres, unos buscan venganza, otros, redención, o ambas cosas a la vez. Marv (Mickey Rourke) se propone vengar la muerte de su único amor. Dwight (Clive Owen) es un investigador privado con problemas que resolver. Hartigan (Bruce Willis), el único policía honrado de la ciudad, sigue la pista de una joven que está en manos del sádico hijo de un senador. (FILMAFFINITY)
2 de febrero de 2010
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las cosas que conlleva el tener grandes amigos, es que por ellos a veces tienes que tragarte tus palabras y ver alguna película que de otro modo no verías. Nunca he sentido precisamente afición por Robert Rodríguez, ni por Quentin Tarantino, y procuro evitarlos. Sólo veo algo de ellos por petición especial de alguno de mis amigos. Y, aunque sigo reconociendo que ni Rodríguez, ni Tarantino, ni ellos dos juntos son en absoluto santo de mi devoción, tampoco puedo dejar de admitir que alguna vez consiguen realizar alguna película que para mí va más alla de la soez violencia gratuita. A lo mejor esta vez se debe al papel preponderante del mundialmente conocido autor de cómics, Frank Miller.
La estética marcadamente influida en la serie "Sin City", y las tres subtramas introducidas en el argumento de la película, si bien no me entusiasman, sí atrapan la vista y presentan un espectáculo cargado de adrenalina hasta los topes.
Sin City es la cara más negra, multiplicada hasta el infinito, de toda gran ciudad. Es lo peor que albergan los seres humanos dentro de sus almas putrefactas. Miller coge todas las grandes podredumbres de todas las ciudades y las mete en su siniestra Ciudad del Pecado. Podría ser una alegoría tétrica del infierno en la tierra.
No hay nada sagrado, nada que no sea profanado. Ni Dios, ni la libertad, ni la infancia, ni la dignidad, y mucho menos, la vida. La vida vale menos que una cucaracha. El poder lo ostentan políticos, policías y clérigos corruptos hasta los huesos. Grandes mafias que mantienen el equilibrio de fuerzas y que controlan hasta el movimiento de la rata más enterrada en una alcantarilla. Amos y señores, que se vendieron a los dioses Dinero y Poder, y que hace mucho que llevan sus placas, insignias y títulos sólo como una tapadera de falsa respetabilidad. Nada se mueve sin que ellos se enteren, o eso es lo que les obsesiona: el control absoluto. Ellos deciden quiénes viven y quiénes mueren, mueven una ingente variedad de negocios turbios, y mantienen un pacto con Old Town, el barrio de las letales prostitutas entrenadas para matar.
La claridad nunca llega a Sin City. Siempre está a oscuras, en una nocturnidad interminable. Todos los recovecos esconden peligros y actos crueles.
Parecía que entre tanto horror no podía nacer nada bueno.
Pero, sí, extrañamente, pese a tanta sangre, tanta violencia desatada y tanto odio que los seres humanos sienten los unos hacia los otros, hay belleza y sentimientos nobles en la Ciudad del Pecado.
Belleza en una niña inocente, salvada de las garras de un sádico. Belleza en la integridad de un policía que no se venderá jamás (algo muy raro cuando todos los demás se han vendido) y que sembrará eso que casi ha sido desterrado de ese antro: amor. El amor que lo salvará a él, y a esa niña, mientras todo lo demás se ha echado a perder.
La estética marcadamente influida en la serie "Sin City", y las tres subtramas introducidas en el argumento de la película, si bien no me entusiasman, sí atrapan la vista y presentan un espectáculo cargado de adrenalina hasta los topes.
Sin City es la cara más negra, multiplicada hasta el infinito, de toda gran ciudad. Es lo peor que albergan los seres humanos dentro de sus almas putrefactas. Miller coge todas las grandes podredumbres de todas las ciudades y las mete en su siniestra Ciudad del Pecado. Podría ser una alegoría tétrica del infierno en la tierra.
No hay nada sagrado, nada que no sea profanado. Ni Dios, ni la libertad, ni la infancia, ni la dignidad, y mucho menos, la vida. La vida vale menos que una cucaracha. El poder lo ostentan políticos, policías y clérigos corruptos hasta los huesos. Grandes mafias que mantienen el equilibrio de fuerzas y que controlan hasta el movimiento de la rata más enterrada en una alcantarilla. Amos y señores, que se vendieron a los dioses Dinero y Poder, y que hace mucho que llevan sus placas, insignias y títulos sólo como una tapadera de falsa respetabilidad. Nada se mueve sin que ellos se enteren, o eso es lo que les obsesiona: el control absoluto. Ellos deciden quiénes viven y quiénes mueren, mueven una ingente variedad de negocios turbios, y mantienen un pacto con Old Town, el barrio de las letales prostitutas entrenadas para matar.
La claridad nunca llega a Sin City. Siempre está a oscuras, en una nocturnidad interminable. Todos los recovecos esconden peligros y actos crueles.
Parecía que entre tanto horror no podía nacer nada bueno.
Pero, sí, extrañamente, pese a tanta sangre, tanta violencia desatada y tanto odio que los seres humanos sienten los unos hacia los otros, hay belleza y sentimientos nobles en la Ciudad del Pecado.
Belleza en una niña inocente, salvada de las garras de un sádico. Belleza en la integridad de un policía que no se venderá jamás (algo muy raro cuando todos los demás se han vendido) y que sembrará eso que casi ha sido desterrado de ese antro: amor. El amor que lo salvará a él, y a esa niña, mientras todo lo demás se ha echado a perder.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Belleza en la única noche de pasión de un hombre que nunca creyó ser amado por ninguna mujer, y que después sólo vivirá para vengar la muerte de su amada. La mujer que lo quiso sin fijarse en su fealdad.
Belleza en un beso de despedida.
Todo está perdido, todo está en venta, la vida no vale un céntimo. La humanidad está en manos de sádicos-asesinos-pederastas-caníbales-misóginos. Matar es tan natural como respirar. Quienes tienen algo bueno dentro, tienen que aprender a ser tan letales como los demás, si quieren rescatar las pocas cosas bonitas que quedan, y a las personas que valen la pena.
Nada más falta que, como en Sodoma y Gomorra, una lluvia de fuego y azufre haga arder tanta basura.
Pero incluso en los vertederos nacen flores hermosas.
Cuando menos, el terceto Miller-Rodríguez-Tarantino ha sabido llevar las historias gráficas a la pantalla, retratando todo un submundo de perversión, odio y las tendencias más bajas y mortíferas de los seres humanos, elevadas a la enésima potencia. Después de todo, Miller no exagera. En muchas partes del mundo, suceden esas atrocidades. Hombre, con lo del tío que se convierte en un engendro amarillo, ya se ha pasado de vueltas bastante. Pero en lo demás... Me lo creo.
Un muestrario de torturas, salvajismo y miles de maneras de hacer probar el sabor del infierno. Una masacre declarada.
Pero también... Esperanza. Muy poquita. Casi moribunda. Pero está ahí.
Como esas cartas que una niña agradecida y enamorada envía, semana tras semana, al hombre de su vida.
Belleza en un beso de despedida.
Todo está perdido, todo está en venta, la vida no vale un céntimo. La humanidad está en manos de sádicos-asesinos-pederastas-caníbales-misóginos. Matar es tan natural como respirar. Quienes tienen algo bueno dentro, tienen que aprender a ser tan letales como los demás, si quieren rescatar las pocas cosas bonitas que quedan, y a las personas que valen la pena.
Nada más falta que, como en Sodoma y Gomorra, una lluvia de fuego y azufre haga arder tanta basura.
Pero incluso en los vertederos nacen flores hermosas.
Cuando menos, el terceto Miller-Rodríguez-Tarantino ha sabido llevar las historias gráficas a la pantalla, retratando todo un submundo de perversión, odio y las tendencias más bajas y mortíferas de los seres humanos, elevadas a la enésima potencia. Después de todo, Miller no exagera. En muchas partes del mundo, suceden esas atrocidades. Hombre, con lo del tío que se convierte en un engendro amarillo, ya se ha pasado de vueltas bastante. Pero en lo demás... Me lo creo.
Un muestrario de torturas, salvajismo y miles de maneras de hacer probar el sabor del infierno. Una masacre declarada.
Pero también... Esperanza. Muy poquita. Casi moribunda. Pero está ahí.
Como esas cartas que una niña agradecida y enamorada envía, semana tras semana, al hombre de su vida.