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Voto de Vivoleyendo:
9
Drama Antonio Salieri es el músico más destacado de la corte del Emperador José II de Austria. Entregado completamente a la música, le promete a Dios humildad y castidad si, a cambio, conserva sus extraordinarias dotes musicales. Pero, después de la llegada a la corte de un joven llamado Wolfang Amadeus Mozart, Salieri queda relegado a un segundo plano. Enfurecido por la pérdida de protagonismo, hará todo lo posible para arruinar la carrera ... [+]
11 de julio de 2011
15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tiene que ser duro, muy duro, dedicarte como un sacerdocio a una vocación duramente desarrollada y sudar sangre por cada escalón ascendido, y que llegue un advenedizo que de un salto suba todos los escalones que a ti te cuestan tanto, y que alcance un puesto al que sabes que no llegarás jamás ni en el más pletórico de tus momentos.
En la literatura se ha difundido una ficticia obsesión del compositor Antonio Salieri hacia el gran genio universal de la música, Wolfgang Amadeus Mozart. Milos Forman trasladó al cine los alfilerazos de esa supuesta envidia, y nos encontramos en su superproducción con un análisis sutil y brillante de los recovecos de ese sentimiento que es como una quemadura, un ardor crónico en el estómago, un sabor a bilis en la lengua.
Resulta fascinante la instrospección de un músico respetado en su época, para el que su fama no fue suficiente. Podría haberse conformado con su suerte, de no ser porque apareció aquel hombrecillo excéntrico que generaba en su mente música celestial, música de dioses, que eclipsaba cualquier otro talento, cualquier otra carrera artística trabajosamente labrada. Desde que Mozart exhibió su don ante sus contemporáneos, Salieri fue consciente de que nadie podría igualarlo. No había nada que hacer.
El joven austríaco no tuvo mayor admirador, más ferviente seguidor, ni más encarnizado enemigo, que el frustrado italiano.
La mediocridad no soporta lo que destaca, y tiene que aplastarlo porque así no seguirá saliendo lastimado con la comparación. Pero a pesar de todo, aunque Salieri desee la ruina de su némesis, se sabe fracasado desde el principio. Ya su propia carrera ha perdido color ante sus ojos envidiosos, se ve ridículo, despreciado por Dios, que se ríe de los tontos como él, que se sacrifican hasta la sangre para nada.
La inalcanzable genialidad de Mozart recibe el amargo tributo del perdedor que mejor la ha comprendido, que más se ha extasiado dolorosamente ante sus prodigios. Nadie ha seguido con tan fervorosa dedicación todos sus proyectos y estrenos. Nadie ha vibrado como Salieri porque sólo él se ha dado cuenta de hasta dónde llegan los alcances de su obra. De cómo son un trampolín a la inmortalidad.
El envidioso más encarnizado ama lo que odia, u odia lo que ama. Porque le ponen delante lo que le gustaría para sí, lo que nunca será suyo.
Su peor castigo es reconocer, irremisiblemente, su pertenencia al reino de la mediocridad.
Vivoleyendo
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