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Voto de Vivoleyendo:
6
Comedia. Drama. Romance Armande de la Verne (Gérard Philipe), un célebre mujeriego, apuesta que puede seducir a cualquier mujer. La elegida es la divorciada Marie-Louise Rivere (Michèle Morgan). La amenaza de la guerra es el telón de fondo de las "maniobras" de seducción. Mientras intenta ganar la apuesta, el Don Juan se enamora locamente de la bella y decidida Marie-Louise. (FILMAFFINITY)
2 de febrero de 2014
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El protagonista es víctima de su propio exceso de frivolidad, como el de la narración en la que un pastor muy bromista llegaba varias veces a la aldea gritando "¡Que viene el lobo!" siendo mentira, para burlarse de la reacción asustada de sus vecinos. A la tercera o cuarta vez con lo mismo ya nadie le creía, pero resultaba que en la última ocasión el aviso sí tenía fundamento, y el tonto del pastor se desgañitaba en vano porque nadie se lo tomaba en serio. Y el lobo hizo de las suyas.
Armande de la Verne es otro idiota que piensa que puede ir por ahí jugando y riéndose de la gente, concretamente de las mujeres. Es el clásico donjuán de buena facha que persigue a todo lo que tenga faldas y alardea de sus conquistas, y hasta hace apuestas porque en su vanidad no concibe que alguna se le resista.
El superficial galán por supuesto ha roto docenas de corazones y no se ha enamorado nunca, siendo la empresa amatoria una simple competición y un divertimento fugaz sin más consecuencias que lágrimas y palabras despechadas que él sabe torear con su arte del escaqueo, o en los casos más serios algún duelo con el marido o prometido cornudo de turno, de los que sale airoso porque es un oficial del ejército con excelente puntería, como es de rigor en alguien tan machote.
Y como él mismo pregona sus bondades de conquistador, todo el pueblo sigue sus andanzas, los hombres lo admiran y envidian, sus colegas lo vitorean, algunas de las chicas que han sido seducidas, las enamoradas, suspiran de nostalgia cuando lo ven pasar y otras, las que sólo han estado con él por diversión, repiten burlonamente sus repetitivos discursos "románticos", mientras todas están al acecho de la próxima que caiga en la trampa, con esa malicia vengativa de la que desea que otras se hundan en el fango. Y las pocas damas que no han caído en las redes, bien porque son demasiado mayores o demasiado avinagradas o no tienen atractivos físicos, desahogan su mala baba criticando a diestro y siniestro y creyéndose los adalides de la rancia virtud.
Y así se gesta la historia del "¡que viene el lobo!", siendo el bromista en este caso el soldado y el lobo la flecha del amor, que cuando hiere de verdad al lechuguino no se lo cree ni el tato. Él ha caído en su propia trampa y lo que antes era motivo de orgullo personal (el pueblo entero cotilleando sobre todas las mujeres de su lista y apostando a ver quién será la siguiente) se vuelve en su contra, porque cuando conoce a la única que le hace tilín en algo más que en los calzones, ésta, que no es tan tonta como las demás, no se fiará de él ni un pelo. Pero la situación es tan arquetípica que se tiene la sensación de haberla visto mil veces. La dama es la única un poco inteligente que hay en el cotarro (y viene de París, la gran ciudad, es obvio que las de pueblo son unas paletas), y está claro que el chupatintas se enamora de ella porque se le resiste y eso tiene el gusanillo de la novedad, lo de perseguir lo que nos esquiva es muy típico del ser humano, despreciar lo que cae a los pies y correr tras lo que es difícil o imposible alcanzar.
Da igual que la dama sea más sosa que una sopa sin sal, como no muestra síntomas de babeo ya el tipejo la ama como un descosido. Pero ya sabréis lo que sigue, ¿verdad? Ella, cómo no, se enamora del petimetre, como no podía ser menos, pero como teme que él la esté engañando como a todas, y tiene muchas evidencias de que sea así (el tío es tan cortito que: a) le ha repetido las frases que ya ha dicho cientos de veces a otros oídos, y si a ella se las ha dicho con sinceridad a ver quién lo distingue; b) ha puesto por escrito la apuesta con el nombre de ella), vive atormentada y rehuyendo los lances, mientras se muere por arrojarse a sus brazos. Ah, para completar el cuadro, tenía que haber un triángulo amoroso, y otro cortejador ronda a la dama, el vértice patético pues es de los que no se dan por enterados de cuando una mujer pasa de ellos como de la mierda, y se empeña en hacerle la corte y hasta proclamarse su dueño, ignorando que ella pasa de él tres kilos y medio. Como guinda, viene acompañado por dos hermanas arpías, de las del grupo que no han caído en las redes del seductor por avinagradas, que se tienen por muy señoras y que despellejan y desairan de lo lindo a quienes consideran inferiores a su pedestal de vírgenes vestales.
El aire ligero de vodevil francés no ha envejecido bien y pese al tono de ironía y de burla, la película me hace poca gracia y termina siendo tan superficial y olvidable como sus personajes, salvo en el último tramo, que el director ha sabido rematar con un digno final.
Vivoleyendo
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