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Voto de Vivoleyendo:
10
Romance. Drama En una ciudad provinciana, Mario, un mediocre oficinista que vive en una modesta pensión, conoce una noche a la joven Natalia, en cuyo rostro se refleja un profunda tristeza. Le da conversación para animarla y ella le explica cómo cambió su anodina vida cuando conoció a un apuesto forastero del que se enamoró y cómo cada noche su regreso. Durante cuatro noches mágicas, Mario, enamorado de Natalia, alberga la esperanza de sustituir en su ... [+]
20 de septiembre de 2010
21 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
En las noches de la novela de Dostoievsky, las que discurren entre junio y julio en San Petersburgo, nunca oscurece completamente. El tenue resplandor del crepúsculo impide que el negro azabache propio durante todo el año de cielos más meridionales cubra la ciudad. Ese resquicio de luz residual es tímidamente luminoso como los ensueños y esperanzas del protagonista, pero al mismo tiempo tan remoto como el mismo sol. Es miembro honorífico de la legión de solitarios, envuelto por el gris nebuloso de la mediocridad que puebla sus jornadas.
En la adaptación cinematográfica de mi cada vez más admirado Visconti, las noches son tan negras como las de cualquier ciudad meridional, puesto que no estamos en San Petersburgo, sino en alguna vetusta localidad italiana recorrida por canales, gráciles puentes, piedras viejas y carcomidas, y lamida por la bruma y la humedad. Mario es un recién llegado, un don nadie que bien podría formar parte perennemente de la oscuridad brumosa. Pero el fulgor tímido de las noches blancas petersburguesas brilla en su corazón, que no encuentra con quien explayarse, con quien derramar ese torrente de poética claridad que guarda celosamente.
El negro es también el color que persigue a los solitarios como Mario, un transeúnte más en calles corrientes con un punto de sutil hermosura. Los carteles de los comercios, las gastadas losas del pavimento alfombradas de charcos a trechos aunque no llueva, ese sello pintoresco de las vías públicas antiguas que fueron trazadas siglos atrás sin gran sentido del orden y la rectitud. Ahí pasea nuestro soñador galán en sus ratos de asueto, un deambular nocturno sin rumbo, soñando con cosas que quisiera vivir en lugar de imaginar. Como tantas otras sombras, teme que los minutos se le escapan en la contemplación, creyendo que la verdadera vida es la que otros poseen, ésos que van a los bares a bailar y a divertirse y que tal vez hasta encuentran a alguien a quien amar, y con quien pasear abrazados y expresándose esos sentimientos que Mario tantas veces ha formulado en su mente pero que jamás ha declarado a mujer alguna.
De repente, sobre un puente, ve llorar a una muchacha. Envalentonado por una corazonada, se acerca para hablarle y distraerla, presa de una súbita locuacidad. Ella le ha agitado el interior con su carita angelical y su desconsolado llanto. Siente que ahora está viviendo, en vez de contemplar. Está actuando de verdad y no imagina esta escena, porque la tiene delante. Ella se comporta con un poco de incomodidad, su actitud es algo esquiva, a la par que amable. No pretende ofender la gentileza del desconocido, pero él es inoportuno. Ella está esperando a alguien. Pero, como esta persona no aparece, Natalia corresponde a la simpatía de Mario y comienzan a trabar amistad. La chica le cuenta sus circunstancias; su corazón no es libre, está ocupado por una promesa de amor que quedó en el aire, que le aseguró que volvería a buscarla.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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