Estás andando tranquilamente por un bosque nevado e inesperadamente das con un avión semioculto que se ha estrellado hace no mucho tiempo. En lugar de dar parte inmediato del hallazgo a las autoridades e importándote muy poco que pueda haber cadáveres dentro y a saber qué escenas dantescas, te pones a husmear como si te estuvieras paseando por la sala de un museo de curiosidades. Abres la portezuela como si nada y te cuelas como si ahí dentro, en lugar de algún posible fiambre y todo manga por hombro, hubiera una habitación agradable y preparada para que los turistas metan las narices alegremente.
Y sí, algún fiambre hay, pero te da igual, porque justo debajo de tus morros tocas una bolsa de viaje que contiene fajos de billetes. Muchos fajos. Más de cuatro millones de dólares.
¿Cuántas cosas podrías adquirir con la tercera parte de tamaña pasta (tu hermano friki y su amigo borrachuzo están contigo en el momento del descubrimiento)? ¿Cuántos kilómetros de camino despejado y diáfano ves ante ti?
Pero tu lado sensato tira de tu lado codicioso... Inútilmente.
Porque la semilla ya está sembrada.
Las almas cambian ante la visión de tanto dinero junto. Y total, puedes convertirte en un asesino experto, en un mentiroso de campeonato, en un manipulador y maquinador compulsivo y además eso se junta con la ineficacia de los cachazudos servicios policiales (que no se enfrentarán a muchos casos más emocionantes que amonestar a cazadores furtivos y a desaprensivos que tienen la costumbre de miccionar en los parterres de la vecina) y de la medicina forense local, que no es que haga un trabajo muy concienzudo.
Y resulta que esto va peor que una tragedia griega, en el sentido más exagerado. Y con unas cuantas incongruencias bastante garrafales.
Y menuda tipa también la mujercita... En una vida anterior debió de pertenecer a la Gestapo o alguna institución similar. Y ella con esa carita de "no rompo ni un plato"...