Muchos nos hacemos esa pregunta. Qué habríamos hecho de habernos tocado unos tiempos terribles, unos acontecimientos terribles. El fin del mundo, como debe de serlo para todo el que mira el infierno y la muerte a la cara.
Eso le pregunta Julia a una chica del siglo veintiuno que nunca sabrá lo que fue la Segunda Guerra Mundial, como no lo sé yo, ni lo sabe nadie que no hubiera estado allí.
¿Qué habríamos hecho?
Desde la perspectiva de alguien que no conoce la guerra es fácil juzgar y proclamar que uno nunca habría hecho ciertas cosas, sintiéndose superior a otros que las hicieron. Pero la guerra saca de cada uno su verdadera condición. Hay monstruos que medran con el horror. Hay egoístas que sólo piensan en salvarse a sí mismos. Hay cobardes muertos de miedo que entregan a su propia madre para sobrevivir. Hay gente tan asustada que agacha la cabeza y prefiere no mirar, no oír, no sentir. Hay valientes que no sabían que lo son hasta que encuentran la oportunidad de serlo. Hay gente que elige superar el terror porque sería demasiado fuerte la culpa de no hacer lo que se debe. Hay algunos en los que la compasión vence al temor, elevándolos por encima de tanta atrocidad. Hay otros que deciden acabar con sus propias vidas, no viendo ninguna salida. Y hay quienes se sostienen porque albergan un objetivo poderoso por el que luchar.
Porque tal vez hay alguien muy querido esperando y el deseo de volver a verle es suficiente.
En este drama que, como tantos, escarban en el nazismo de hace setenta años, no sale Alemania, no sale Berlín ni Auschwitz-Birkenau ni Bergen-Belsen ni ninguno de los tristemente célebres y archiconocidos lugares centroeuropeos que fueron escenarios de lo peor de la humanidad.
Ni todos los alemanes eran nazis, ni todos los nazis eran alemanes. Colaboracionistas los había en otros sitios también.
En Francia, cerca de ochenta mil judíos sufrieron la misma suerte que en otros países. Fueron perseguidos, desahuciados, deportados y exterminados.
Sarah podría haber existido. Podría haber sido una niña parisina como cualquier otra, a la que un día unos monstruos fueron a buscar para destrozar todo su mundo y la cual intentó a toda costa proteger a la persona que más quería, guardando la llave que le otorgaría una fuerza y determinación inusuales para alguien de su edad.
Pista tras pista, Julia va desvelando la esquiva biografía de Sarah, una chica judía que sobrevivió al holocausto. Su curiosidad e implicación afectiva son cada vez mayores, y en los comienzos de su madurez Julia siente que una niña que le habla desde muchos años atrás le está cambiando la vida.
Es una película sobre vidas destrozadas por la crueldad y la guerra y sobre cómo el amor da fuerzas para seguir adelante, cómo la esperanza se sostiene en un hilo que si se rompe se puede llevar todo con él, cómo la culpa mata lentamente, y cómo el mundo sigue girando y continúa floreciendo la ilusión y la alegría con cada nueva vida que llega.