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Voto de Vivoleyendo:
9
Serie de TV. Acción Miniserie de TV (2011). 6 episodios. Precuela de la serie "Spartacus: Sangre y arena", centrada en el gladiador Gannicus. (FILMAFFINITY)
9 de septiembre de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sangre. Crudeza. Cámara lenta en las abundantes escenas de sexo y carnicería. Efectos especiales que dan escalofríos (no aptos para estómagos muy sensibles) porque rara vez se ve tal despliegue en una serie. Pero “Spartacus: Dioses de la arena” es mucho más que ese envoltorio visual que muchos pueden tachar de rocambolesco y con frecuencia francamente desagradable. No es una serie fácil de ver ni de digerir. Utiliza también un lenguaje plagado de palabras malsonantes, las que suelta cualquiera en un momento de calentón, cabreo o de charla soez con la gente con la que se tiene confianza.
Pero yo creo que así más o menos era Roma. Hay que verlo desde su perspectiva, no exclusivamente desde la nuestra. Era una civilización que adoraba los espectáculos sangrientos porque eran tan corrientes como hoy lo es la televisión, que se cimentaba en la esclavitud (en todas las civilizaciones ha habido y hay formas más o menos encubiertas de esclavitud) y que tenía unos contrastes abismales (¿no nos suena eso de lo que tenemos sin ir más lejos a la vuelta de la esquina?)
Y una de las virtudes de esta serie es que desde el primer minuto te mete en la Capua del siglo I antes de Cristo sin anestesiantes ni suavizantes. Patricios muy ambiciosos que maquinan e intrigan para conseguir o mantener el poder, sin reparar en medios o consecuencias. La masa plebeya que acude a las numerosas luchas de gladiadores porque es una de las pocas diversiones que se pueden permitir. Los esclavos totalmente a merced de sus amos y que, por más que a unos cuantos afortunados se les considere “de la familia”, tienen que obedecer hasta las más aberrantes órdenes sin siquiera derecho al pataleo. Ni siquiera sus propios cuerpos les pertenecen. Lo único enteramente suyo es su corazón.
Nos vamos metiendo en el entramado de la casa de Batiato y la soberbia de Quinto, apoyado por su esposa Lucrecia, que se niega a agachar la cabeza y conformarse con una posición de desventaja en la que el poderoso Tulio le escupe cuando se le antoja, incluso aunque su rebeldía le lleve a poner en peligro constante la tranquilidad de su casa y a arrastrar a sus esclavos a una serie de desmanes. Desobedeciendo las diplomáticas directrices del anciano patriarca Tito Léntulo Batiato, ausente de Capua, Quinto y Lucrecia se lanzan a una feroz guerra sucia contra sus contrincantes. Pero también se muestra su lado más sensible y vulnerable. Luces y sombras de unas personas tan mezquinas como humanas. O simplemente amorales, hedonistas y codiciosas con sus esporádicos ramalazos de conciencia.
Tan absorbente es la trama de los patricios como la de los esclavos, es decir, los gladiadores y el personal doméstico que los rodea. La casa de Batiato es una estirpe de lanistas legendaria por haber dado a la arena de Capua muchos grandes campeones. Quinto se esfuerza por continuar la senda de sus antepasados y cuenta entre sus reclutas con un campeón que gana los combates aparentemente sin apenas despeinarse y que se lo toma todo a risa. Gannicus posee un potencial tremendo y sabe explotarlo, pero tampoco le da demasiada importancia y no parece luchar por ningún fin más que su propia diversión, pues no siente apego por su casa ni su honor. Sólo quiere de verdad a su gran amigo Aenomao, otro gran gladiador veterano, hombre recto y honorable, y a la esposa de éste, Melitta, la esclava personal de Lucrecia y una chica dulce y generosa. El resto de los luchadores y siervos se van esbozando con precisión y llegas a conocer la personalidad e intereses de buena parte de ellos, así como sus relaciones interpersonales, amistades, amores y rivalidades.
El día a día en el domus, en el ludus y en las arenas de Capua van atrapando en una espiral de maniobras, artimañas, enfrentamientos, traiciones, entrenamientos, luchas a muerte, fiestas, sexo, orgías, humillaciones, y entre tanto exceso, algunas historias de amor genuinamente bellas.
La gente se lanza a los placeres cuanto puede entre penalidades y sufrimiento (sí, los ricos también las pasan canutas entre orgía y orgía, mantener la posición y el honor de la casa es descarnadamente arduo), sabiendo que la vida es brutal y que es muy difícil llegar a viejo o morir de muerte natural, así que si se presenta la oportunidad de disfrutar, de gozar, y también de amar, se coge a manos llenas, porque mañana uno puede caer en su propio charco de sangre.
Es entonces cuando uno, ya enganchado sin remedio, “mira sin ver” la carnicería diaria y se centra en todas esas pasiones, capta los momentos hermosos e intensamente emotivos que pueblan los capítulos, se desarma ante la complejidad de todo lo que está presenciando, hierve con las injusticias y se estremece con la hipnótica, terrible y sensual danza entre eros y tánatos, tan atrayente como terrorífica, tan bella como estremecedora.
Y cuando los esclavos luchan en la arena tienen que creer que hay gloria donde la sangre se derrama para elevar a unos simples mortales a la categoría de dioses.
Vivoleyendo
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