Redonda y hermosa. Sensacional comedia muda. Sin duda, lo mejor que se podía hacer en 1927. Buster Keaton se recrea en sus dotes de clown, y se sitúa más cerca del ilusionismo que de la payasada. El aplaudido genio del cine 'inventa' gags de un nivel indiscutible, donde cada pequeño acontecimiento se desarrolla con una verosimilitud apabullante. Para que me entiendan, Keaton aúna en su propia persona todos los efectos especiales (o especialistas, en su defecto) que hubieran sido necesarios para recrear, por ejemplo, la secuencia en la que magistralmente retira los maderos de las vías del tren tendido sobre la máquina. A nivel metadiscursivo puede decirse que, a sabiendas de que los hechos filmados son ficticios, imprimen una sensación de realidad sin matices. El espectador percibe que, de todo lo que podría haber ocurrido, sucede precisamente lo que debía suceder. La recomiendo, repito, la recomiendo porque es una evidencia sin fisuras de la magia que a veces transmiten las imágenes en movimiento.