Lo que fue alguna vez el Lawrence persona, ha quedado sepultado bajo el tamiz de la leyenda, ya sea negra o blanca. Se intuye a la perfección durante los primeros minutos, cuando vemos las diferentes versiones que dan del personaje quienes le conocieron en Arabia.

La propia cinta muestra esa parcialidad que todos tienen cuando evocan a este británico enamorado de una tierra extraña que llega a sentir como suya, de una forma casi mesiánica, protegido a los flancos por un Omar Sharif majestuoso (¡qué gran Almanzor hubiera sido!) y un Anthony Quinn camaleónico, aquí haciendo de un pendenciero guerrero que termina cayendo bien.

David Lean y su equipo, a través de ejercicios de ingeniería de cámara como la espectacular toma de Akaba. Todo ello aderezado con diálogos memorables, especial mención para un O´Toole que tiene una mirada muy especial y un Alec Guinness que parece que para hacer poesía únicamente necesitaría mover los labios.

Secundarios de lujo como Claude Rains son el completo de esta extraña historia, muy masculina (no existe ningún personaje femenino, en medio de un relato bélico de hombres y donde el personaje principal tiene un claro posicionamiento homosexual que se acentúa con suma sutileza en determinadas secuencias, como la mantenida con José Ferrer), visceral y con imprecisiones históricas, por supuesto, con una visión simplista de los conglomerados otomano y árabe.

Sin embargo, convendremos en que es un pequeño mal necesario para disfrutar una obra que trasciende, que es de otra época, casi una fórmula de cine por el cine, con una duración de epopeya que hoy nos resultaría increíble.

Nada está escrito, pero está leyenda tuvo vientos favorables desde que inició su peregrinaje por las arenas del tiempo.