Woody Allen lleva a la gran pantalla su dura, ácida y divertidísima visión de delicados temas de política internacional. Por las fechas, no hace falta ser un genio de la Historia qué tipo de revolución es la que se está hiperbolizando y reducciendo al archivo.

La película tiene una estructura bananera, en ocasiones ni pies ni cabeza, los divertidos gags del principio (donde incluso aparece un jovencito Stallone), poco tienen que ver con el núcleo de la trama, así como ese final precipitado, pero, eso sí, incluyendo escenas y frases para el diálogo.

Presentarse ante un sanguinario dictador con una deliciosa tarta, relaciones sexuales retrasmitidas por uno de los más míticos cronistas de boxeo, que también hace el apaño para retrasmitir la ejecución presidencial... Viva San Marcos. Vida Woody Allen.

Nuevamente, advertir que los seguidores del Allen más refinados se pueden sentir contrariados por la fuerte carga de humor absurdo que tiene esta cinta, muy en consonancia con la divertida "Toma el dinero y corre". Especialmente para el recuerdo es la petición de los 300 bocatas de tortilla... uno sin mayonesa.

La obra no tiene la crítica corrosiva que veremos en el futuro (aunque ese sorteo macabro de ejecuciones con los rebeldes da que pensar) del director, pero ya tiene la madurez suficiente para reírse con fuerza de aquello, pero aún más de su propio sistema. Su visión de la CIA y el sistema político, económico y judicial norteamericano es digna de todo elogio.

Muy divertida, aunque hay que saber cuál es su estilo.