"La novia de Frankenstein" entra por los ojos casi de inmediato. Ver a Elsa Lanchester en un sagaz prólogo como la escritora que creó al mítico monstruo del buen doctor, ya invita a pensar que uno va a ver una joya del terror de la década de los 30 del pasado siglo. James Whale dirige a un Boris Karloff que se reafirma en uno de los papeles que le dieron el estrellato.

Estamos ante una secuela que arranca justo donde se había dejado la cosa, ambientada en esos excelentes secundarios y pintorescos aldeanos. Eso sí, es conveniente saber a dónde se va cuando uno revisita este film. El guión se complica muy poco la vida con las pretensiones y motivaciones de las criaturas, siendo todo una montaña sin frenos que debe acabar en un castillo y bajo una tormenta de proporciones bíblicas.

Un cine de terror propio de aquel tiempo. Hoy en día, lo que han perdido sus efectos especiales o su sentido del miedo lo ha ganado en humor y entrañable nostalgia, siendo una cita obligatoria para los seguidores de las versiones para la gran pantalla de Frankenstein.

Aunque pueda parecer herejía, no hay gran diferencia, más allá de los medios, en esta rápida manera de poner al espectador en la palestra gótica que en series como "Penny Dreadful", haciendo honor a esos sangrientos, baratos y entrañables folletines de criaturas de ultra-tumba.

Y allí, pocos reinados oscuros igualan al de Frankenstein. Y si lo encarna Karloff, pues mejor.