Cyrano de Bergerac es un personaje hiperbólico, en todo los sentidos. Sin embargo, era esa clase de persona que no sabía amar con el freno de mano echado. A pesar de su carácter ficticio, Cyrano retrata a la perfección un estereotipo que aún hoy se mantiene, el de un sujeto fantástico y que, pese a ello, vive acomplejado por la superficialidad de lo físico.

Gérard Depardieu, polémicas impositivas al margen, muestra en este film de Rappeneau (que adapta con mano firme y sensibilidad) todo su talento como actor, que es mucho, creando al atormentado enamorado, un ser capaz de la arrogancia de don Juan Tenorio y la generosidad sin límites de Obélix, con un alma de poeta que inunda la pantalla, acompañado de la mágica esencia del texto original.

Sin lugar a dudas, nos encontramos ante uno de los mejores exponentes del cine galo de la época, quizás de metraje excesivo, pero cuyo encanto es tal que permite los revisionados y seguir conmoviéndonos ante este particular triángulo, entre espadas, guerras y secretos.

Depardieu y el resto del reparto escudándole lujosamente, componen y nos dan un fresco inmejorable de una pieza que ha alcanzado, merecidamente, la categoría de clásico.

Muy recomendable.