Charles Chaplin no se tomó en ningún momento "Un rey en New York" como una película más. Aquí estaba en juego su propia vivencia y una caza de brujos en el pleno siglo XX, donde los Estados Unidos permitieron a varios apóstoles de la ortodoxia cuestionar a todo aquel que exhibiera pensamiento independiente. Hay cuentas pendientes en esta alocada comedia.

El magistral director utiliza a su propio hijo Michael para expresar algunas de las dudas que asolaron a muchos en una época convulsa. Por supuesto, no estamos ante "The Kid" o "El gran dictador", aquí tenemos a un humorista en su trazo más grueso, menos sutil que en otras ocasiones. Tampoco es la innovadora "Monsieur Verdoux", el reverso tenebroso del personaje inmortalizado por este artista, pero eso no significa que la que hoy nos ocupa sea una pieza menor.

Con su habitual intuición, ya se intuyen los futuros realities que se van a hacer, el papel de la prensa del corazón, el poder de la publicidad o en lo que van a quedar las aristocracias más vetustas, carnaza de revistas amarillentas y sensacionalismos. No es poco para un artesano en "horas bajas" ser capaz de percibir todo esto.

Su New York sigue teniendo un frío que cala los huesos para los muchachos que van poco abrigados y tampoco hay rubor en meter un manguerazo a los adustos inquisidores.

Simplemente, Chaplin.