Empezó con una gran fuerza. Frank Darabont algo sabe de esta industria (su mano en obras como "Cadena perpetua" o "La milla verde" avalan esta tesis) y supo que en el material de las viñetas de Robert Kirkman había un filón digno de explotarse en televisión.

El arranque de "The Walking Dead" ofrece tensión y un drama humano que no se limita a ser un mero ejercicio de género de matar zombis. A destacar el sobresaliente casting, con un Andrew Lincoln en estado de gracia, hasta el punto de que ha sido capaz de llevar a Rick durante (de momento) ocho temporadas con una gran fortaleza y carisma.

A su alrededor se colocan las piezas esenciales que harán de la primera temporada una verdadera delicia. Sarah Wayne y Jon Bernthal son los ingredientes perfectos para un inesperado triángulo amoroso en el Apocalipsis de muertos vivientes que viene como anillo al dedo al asunto. Además, aquí, gracias al talento de Bernthal, hallamos un Shane bastante más carismático y con aristas que en el cómic original. Además, hay una clara complicidad entre este intérprete y Lincoln a nivel personal, de lo que se beneficia el conjunto.

Esos planos del policía andando por una ciudad y autopistas desiertas siguen siendo una de las mejores cartas de presentación posibles en un show televisivo.