Es muy tentador dejarse caer por la crítica a los defectos de esta serie, la cual los tiene, no nos quepa duda. Sus esquemas son repetitivos hasta la saciedad, el estatus quo de sus protagonistas es casi inamovible, etc. Uno se ve tentado de caer en esta generación resabiada de twitter, donde todo se puede resumir en una pulla o una sonrisa autocomplaciente de "Buah, Doraemon, esa tontería no la veo desde que era un crío".

Aunque cada gusto es libre y respetable, creo que cometemos un error al hacer eso. Superar una etapa de la vida no significaba renunciar al recuerdo de la misma. Que ya sepamos exactamente que Nobita va a ir llorando a su gato cósmico para que le resuelva la vida por un problema en el colegio con Gigante o con quien sea no significa que seguirá habiendo generaciones de chavales que van a quedarse alucinados ante la creación de Fujio Fujiko.

Y es que bajo la óptica de un niño, estas aventuras son un reino de la imaginación muy complicado de superar. Los inventos de Doraemon son un perfecto exponente de ello; si bien sus personajes no son nada complicados en sus aristas, son tremendamente universales (los padres, la chica que le gusta a Nobita en el cole, el matón, el niño rico...). No son nipones, son totalmente identificables en cualquier lugar. Mérito enorme de los responsables de esta serie.

Ya ha llovido mucho desde la última mañana que desayuné una taza de cacao y magdalenas mientras Nobita y su inseparable compañero tramaban alguna de las suyas, antes de ir al cole. Sin embargo, sospecho que habrá un montón de nenes haciéndolo mientras preparan el macuto para asistir a sus clases. Y me parece divinamente.

Un clásico.