"Ocho sentencias de muerte" es una magnífica película. Sin embargo, aunque se adscribe a la comedia, no debe pensar el espectador que se va a reír mucho. Eso no significa que no sea excelente, que tenga un guión inteligente y punzante para reírse de la fría ordenación social por estamentos de la Gran Bretaña más clásica. Dirigida con mano maestra por Robert Hamer, el encantador villano interpretado por Dennis Price busca una venganza contra su aristocrático linaje.

Conforme vaya avanzando en el escalafón al ducado, el protagonista irá adquiriendo alguno de los "loables" hábitos de la aristocracia. Mención especial en el proceso a un camaleónico y muy cómodo Alec Guinness, quien vuelve a presentar el amplio abanico de su registro. Cada uno de los crímenes esconde una moraleja irónica que casi nos recuerda a lo que en el futuro sería la justicia poética y sangrienta de "Seven".

A nivel de actrices, el aspirante a duque se debatirá entre dos damas encantadoras, cada una a su manera. Una preciosa Valerie Hobson como un ideal de compañera que brilla por su ausencia en el resto del relato, y la excelente arribista caracterizada por Joan Greenwood, el verdadero alma gemela de nuestros rufianesco pero exquisito narrador.

Además, a todo ello hay que sumar un final sorprendente que generará interés y debate.

Una narración sosegada, no se reír a raudales, pero sí a mantener una disimulada sonrisa en cada pasaje. Nunca hemos estado ante una biografía homicida tan elegante...