"Martín (Hache)" es una película excesiva en todos los sentidos. En primer lugar, por la calidad de sus actores, encabezando la lucha el choque generacional de un perro viejo de olfato fino como Federico Luppi con un (por entonces) jovencísimo Juan Diego Botto. Ambos hacen de padre e hijo, con un puente aéreo Madrid-Buenos Aires que no siempre ha funcionado como se debería a nivel de comunicación.

Eso sí, el film de Adolfo Aristarain, un director con una visión y sensibilidad única, también tiene hipérboles y exageraciones. En primer lugar, la verborrea, un pecado de lujo y etiqueta negra de esta clase de cine argentino, para lo bueno y para lo malo. Kilométricos diálogos y la sensación la primera media hora de que cada personaje está empeñado en dar una lección vital en cada una de sus frases.

Si se logra superar ese primer distanciamiento, es muy fácil caer rendido ante los personajes. Sensualidad y debilidad es a lo que invita constantemente Cecilia Roth, en uno de sus mejores papeles, con algunas escenas memorables. Idéntico caso al de Dante (un gran Eusebio Poncela), quien camina, haciendo honor a su apellido, entre la honestidad brutal, las drogas, el mundo de la noche y la libertad sexual.

Lo que podría haber sido una comedia familiar subida de tono y con toques de movida madrileña va alcanzando cotas increíbles de dramatismo, hasta el punto de que conviene desvelar poco más de su atractiva trama.

Ha perdido el toque de actualidad que pudo tener en los noventa, pero, no lo duden, su visionado sigue siendo una rica y fructífera experiencia.