Todo cinéfilo tiene algo de adicto, necesita dosis para sobrellevar el día a día, y cuando hace tiempo que no ha recibido una de calidad, anda un tanto taciturno, rememorando aquellas dosis de cine clásico que hacían que uno se elevara y volase.

El problema es que las dosis de buen cine, parecen más propias de filmotecas, dvd u otras pantallas, y a veces a uno se le olvida lo que puede sucederle al organismo cuando te llega una dosis de especial pureza desde una pantalla de 100m2.

Al personaje de DiCaprio le ponen otro tipo de drogas, y la pureza de las mismas le provoca una momentanea parálisis cerebral. A mi una dosis de cine de alta pureza me provoca unos cuantos días de sonrisas, recuerdos y rememoraciones de los buenos y grandes momentos que me produjo su inhalación.

No tengo claro lo que los hermanos Lumiere pensaban que podría llegar a hacer su invento, pero el que seguro que lo tenía claro era el admirado por Scorsese, George Melies, y lo que creo que pensaba Melies es que el cine era entretenimiento, aventura y que siempre pasara algo extraordinario en pantalla. Pues bien, eso es lo que creo que hace Scorsese, cine con una pureza del 100%, donde todo el rato pasan cosas, donde no hay descanso, donde no hay manera alguna de aburrirse ni da tiempo a mirar al reloj.

Scorsese hace un retrato despiadado del orden económico más reciente a través de una de sus pequeñas piezas, un mundo donde los principios y valores son inexistentes por amorales y donde todo es exceso. Excelente DiCaprio, y estelar en su pequeño papel Matthew McConaughey.

Quizás la gran virtud del film sea su único defecto, y es que tal bacanal de amoralidad y excesos no deja espacio para la empatía o la emoción, y realmente no sientes nada de lo que pasa o le pueda pasar a nadie, pero aunque sin emoción, es tal la diversión, que tampoco lo sientes demasiado, no dudeis en verla, y disfrutarla.