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España España · teruel
Voto de simón:
8
Drama Colin Smith es un joven de clase obrera que vive en los alrededores de Nottingham. Un día comete un robo en una panadería y es enviado a un reformatorio. Una vez allí empieza a correr, y gracias a sus cualidades como corredor de fondo va ganando puestos en la institución penitenciaria. Durante sus entrenamientos reflexiona sobre su vida anterior y empieza a comprender que se encuentra en una situación privilegiada. (FILMAFFINITY)
7 de octubre de 2009
12 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si una vida comienza en el momento de la fecundación, dicen, los primeros meses transcurren con benéfica placidez, y constantemente protegido y amparado en un reparador líquido amniótico, tu seguro entorno se encarga de que no sucumbas en el empeño de comenzar una vida, tu vida.
A partir de ese momento, en el instante en el que la comadrona te golpea el trasero en busca de un hálito de vida, ya nada será igual, esa metafórica sacudida será el inicio de una carrera de fondo cuya meta desemboque, indefectiblemente, en la desesperanza.
Más tarde, todavía siendo un crío, descubres que los reyes magos no son más que tus padres recorriendo a hurtadillas los pasillos de casa en el silencio de la noche. Entonces la magia desaparece y sientes que tu niñez da paso a otra etapa en la que duendecillos y hadas ya han dejado de existir.
Después tienes tus primeras novias (o amiguitas como solías reconocer), y pronto descubres que no era como te lo habías imaginado, y que ninguna merece la pena más que tus corrientes amigos que sólo se interesaban por tus juguetes que ellos no tenían.
Pero ya un poco más crecidito, ocurre lo peor; esas niñas con las que jugueteabas de crío comienzan a gustarte de otra manera. A partir de ese momento la vida torna de forma, y la poca magia que podría aún permanecer desaparece para siempre. Los golpes comienzan a sucederse con lastimosa frecuencia, y ahora, incluso, son más dolorosos que antes.
Y poco a poco, casi de forma imperceptible, vas descubriendo que Dios no existe, lo cual en un principio pueda llenarte de alivio (por fin, crees, dejarás de temer al infierno), pero que finalmente termina revelándose como fuente más de desesperanza, y probablemente averigües que por negar la existencia de ese infierno alegórico quizás lo hallas instalado en tu propio mundo.
Si más tarde decides aceptar las convenciones sociales y te casas con la mujer de la que te creías enamorado, descubres que todo es diferente a como lo habían dibujado y que los problemas comienzan desde el primer momento del sí quiero; y pronto adviertes que ya no estás enamorado de esa mujer que ahora se revela tan extraña, y te convences de que quizá la vida no sea más que un ominoso deambular en exploración de esa persona con la que repetir el mismo error cometido con esa chica que considerabas que amarías para toda la vida.
Pero el tiempo continúa su lento pero implacable devenir, el cuerpo se va transformando y la piel se arruga. Ahora, sí, piensas, ahora sí que nadie se fijará en mí, y mi único destino será el de quedarme solo, sin nadie con el que compartir tanto dolor, huérfano del abrigo que proporcione el cobijo necesario para soportar el duro infierno, físico y sentimental.
Y precisamente, en ese momento concreto, es en el que alcanzas el clímax de la desesperanza, y te percatas que la vida, definitivamente, no tiene sentido.
simón
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