Dicen que antes de morir un benévolo ente proyecta en Cinemascope a todo color aquellos momentos icónicos de nuestra vida a cámara rápida. Las escenas tristes, aburridas o duras han sido víctimas del tijeretazo en la versión final. O tal vez han sido ligeramente maquilladas con el paso del tiempo, ya que aquello que recordábamos complicado ha acabado siendo melancólico.

Nosotros sonreímos porqué sabemos que aquello marca nuestro fin, ¿para qué ponernos tristes?

En 'Días de radio' tío Woody nos cuenta en sus carnes y a modo de fábula aquellos tiempos en que la radio ejercía de ordenador con fibra óptica y wi-fi. Es nostálgico pensar que sí han acabado ésos días, pero también es bello revivir el pastiche de emociones que recuerda dulcemente el director judío.

No se trata de una 'Annie Hall 2.0.', no. Se trata de un experimento mucho más sencillo de digerir y -que a poder ser- debe suponer un visionado obligatorio junto a nuestros seres queridos más mayores.

Nuestros amigos ya están subiendo a la azotea para dar la bienvenida a nuevos tiempos, tiempos quizá más informatizados e irreales. Antes que te des cuenta los créditos con la inconfundible tipografía de Allen ya inundan la pantalla.

Nosotros sonreímos porqué sabemos que aquello es un amable fin a algo que no volverá jamás.