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España España · Madrid
Voto de Servadac:
7
Ciencia ficción. Aventuras. Drama En el Año 10191 el desértico planeta Arrakis, feudo de la familia Harkonnen desde hace generaciones, queda en manos de la Casa de los Atreides por orden del emperador. Con ello les cede la explotación de las reservas de especia, la materia prima más valiosa de la galaxia, necesaria para los viajes interestelares y también una droga capaz de amplificar la conciencia y extender la vida. El duque Leto (Oscar Isaac), la dama Jessica ... [+]
18 de septiembre de 2021
155 de 196 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quienes hemos frecuentado la saga de Frank Herbert consideramos que Dune es un ecosistema. Una visión profunda de las inquietudes de una época, la década de los sesenta, proyectada en el espacio tiempo ilimitado de la fantasía.

Trasladar al cine su universo es desafío de primera magnitud. No sabemos si David Lynch pudo lograrlo, puesto que desconocemos la versión de cinco (u ocho) horas que tenía planeada. Pero en la película-muñón de Dino De Laurentiis hay, indudablemente, destellos de gran cine (el tesoro de agua, por ejemplo, con esa gota que percute en las visiones de Muad'Dib). Lynch pone en primer término el desierto y la ‘melange’, e incide en la barbarie pervertida e infecciosa de la Casa Harkonnen. Presenta al navegante de forma magistral y, sin embargo, su Arrakis no llega a pervivir.

Dune, de Denis Villeneuve, es otra cosa. Es una espléndida pintura que, como los cuadros históricos del siglo XIX, ha de verse en gran formato. Las densidades sonoras de Hans Zimmer, el exquisito cromatismo, la pulcritud de los efectos digitales, la pausa, el ritmo y la respiración configuran una experiencia cinematográfica difícil de olvidar. He recorrido sus escenas como quien camina ensimismado por las salas de un museo venerable. He paseado entre sus muros de sonido, entre sus planos, dejando que el lugar dialogue en mi interior. El montaje permite recrearse en los detalles como en las cintas de otro tiempo. La gran pantalla nos deja deambular. Después de tanto cine de bolsillo y confinado, volvemos a las mieles de una sala oscura.

Hay, como era de prever, alguna concesión a lo políticamente correcto; se ha suprimido la pulsión sexual enfermiza y el gusto por la sangre del barón; Max von Sydow cede su papel a una mujer de raza negra; se ha suavizado la aspereza carnal y se ha hecho de los Fremen un pueblo saharaui o bereber. Aspectos que no afectan a la operística formal de la propuesta y que, quizás, la acerquen más al texto escrito originario.

Para los incondicionales de Herbert, no es cuestión de reemplazar a las novelas. Se trata de artes diferentes. Cada lector alberga en sí su Dune personal. Villeneuve no ha de excavar en las subtramas y meandros de la historia; no ha de perderse en florituras literarias. ¿Para qué? Su reino está en la imagen y el sonido. No sé qué efecto tendrá el tiempo en su factura.

Pero hoy, en compañía, he disfrutado de su especia.

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Ha transcurrido una semana desde que escribí las líneas anteriores. Hay películas que, en el recuerdo, pierden; otras ganan. Curiosamente, apenas han quedado en mi memoria secuencias específicas (salvo quizás la imagen, tan pictórica, de Leto agonizante, el vuelo de los ornitópteros o la impronta dentada del gusano). Sin embargo, de la versión de 1984 conservo aún retazos de vívida emoción. No sabría decir en qué medida soy yo y en qué medida son las cintas. La mente es caprichosa y juega con nosotros al despiste.

Mereció la pena, sin duda, la experiencia. Aun cuando el olvido pueda ser su última palabra.
Servadac
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