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Ciencia ficción. Fantástico
Scott Carey (Grant Williams) navega con su mujer en una lancha motora y, mientras ella va a buscar una cerveza, se ve envuelto en una extraña nube. Unos meses después, empieza a notar extraños cambios en su cuerpo: poco a poco va perdiendo peso y altura hasta hacerse casi invisible. A partir de entonces, su vida será una pesadilla, una lucha constante por la supervivencia, en la que lo cotidiano (un gato, una araña) representa para él ... [+]
15 de mayo de 2009
162 de 169 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al igual que sucede con ‘La metamorfosis’ de Franz Kafka, esta es una historia pavorosamente realista, salvo en la premisa con la que se abre el relato. Sucede un hecho incomprensible, sí, pero a partir de ese momento, todo es razonable: la obsesión, la irascibilidad, la alternancia de momentos de euforia y depresión, la variación continua de las condiciones del entorno, igual y diferente. La (des)proporción y la amenaza.
El cambio se inicia con un inconveniente de pequeña magnitud, la ropa empieza a estarle holgada al señor Carey…
Luego viene un carrusel espeluznante e in crescendo: la hipocondría, el deterioro de la vida conyugal, la condición de freak, el abandono forzoso del contacto con los suyos, la lucha por el alimento y la supervivencia.
La sensación de peligro se vuelve más oscura. Scott se asoma a los abismos de lo muy pequeño, pero sigue discurriendo como un hombre, y eso es lo que nos resulta sobrecogedor.
El ser humano, por lo general, busca su parcela de estabilidad a despecho de la segunda ley de la termodinámica. En esta cinta, es el propio individuo quien, con su mutación interminable, convierte un mismo elemento (un gato doméstico, una araña, unas tijeras) en algo muy distinto. Existe un único camino, el de la adaptación perpetua e inmediata. Un camino incierto, agotador.
El cambio se inicia con un inconveniente de pequeña magnitud, la ropa empieza a estarle holgada al señor Carey…
Luego viene un carrusel espeluznante e in crescendo: la hipocondría, el deterioro de la vida conyugal, la condición de freak, el abandono forzoso del contacto con los suyos, la lucha por el alimento y la supervivencia.
La sensación de peligro se vuelve más oscura. Scott se asoma a los abismos de lo muy pequeño, pero sigue discurriendo como un hombre, y eso es lo que nos resulta sobrecogedor.
El ser humano, por lo general, busca su parcela de estabilidad a despecho de la segunda ley de la termodinámica. En esta cinta, es el propio individuo quien, con su mutación interminable, convierte un mismo elemento (un gato doméstico, una araña, unas tijeras) en algo muy distinto. Existe un único camino, el de la adaptación perpetua e inmediata. Un camino incierto, agotador.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
La película se cierra con la mirada extática de Scott a las estrellas. El personaje queda fuera de nuestros sentidos. Se adentrará en el universo microscópico de virus y bacterias. Encontrará fisuras en la nube de electrones de algún átomo de uranio. Conocerá el secreto de los quarks.
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El guión acierta al no abusar de la acrobacia. Y en la utilización de los objetos cotidianos.
La dirección acierta con las distorsiones del sonido que se adaptan al tamaño del protagonista. Y en la puesta en escena, de pulcra desnudez.
Scott sale finalmente de la casa. No por la puerta, como cuando vivía en el mundo de los hombres, sino por un enrejado hecho a su (des)medida. Mira al cielo. Dice palabras que semejan un canto de esperanza, que hacen pensar en San Anselmo y en su afirmación de Dios.
Y nos regala un aterrado escalofrío.
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¿Dónde se sitúa el narrador?
Dentro de la mente sensible del que observa, en una curva o pliegue del cerebro, en el lugar exacto de las pesadillas.
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El guión acierta al no abusar de la acrobacia. Y en la utilización de los objetos cotidianos.
La dirección acierta con las distorsiones del sonido que se adaptan al tamaño del protagonista. Y en la puesta en escena, de pulcra desnudez.
Scott sale finalmente de la casa. No por la puerta, como cuando vivía en el mundo de los hombres, sino por un enrejado hecho a su (des)medida. Mira al cielo. Dice palabras que semejan un canto de esperanza, que hacen pensar en San Anselmo y en su afirmación de Dios.
Y nos regala un aterrado escalofrío.
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¿Dónde se sitúa el narrador?
Dentro de la mente sensible del que observa, en una curva o pliegue del cerebro, en el lugar exacto de las pesadillas.