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Voto de Jose_Lopez_5:
5
Acción El ex boina verde John Rambo (Stallone) lleva una solitaria y apacible vida en la jungla del norte de Tailandia, pescando y cazando cobras para venderlas. Todo cambia cuando un grupo de misioneros católicos le proponen que les sirva de guía hasta la frontera con Birmania para suministrar medicinas y alimentos a los refugiados asediados por el ejército birmano, que ha hecho de la tortura y el asesinato una práctica habitual. En estas ... [+]
25 de septiembre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras "Rambo III" (1988), Stallone aparcó la franquicia ochentera, de modo que la última aventura quedó como un éxito de taquilla pero no de crítica. La obsesión de Sly por buscar el más difícil todavía había hecho de Johnny un esperpento que orillaba en la parodia. Sus entregas eran cada vez más violentas, con más muertos y con formas más rebuscadas de finiquitar al personal. Todo ello embalado en historias absurdas en donde, por una causa menor, Rambo montaba la marimorena. Nada que ver con la contención homicida mostrada en la primera cinta, aunque sí jugueteando con la carnicería montada por el Rambo de la novela. Y eso que David Morrell, su creador, siempre renegó de cómo se adaptó su personaje.

Los años pasaron, y Sylvester continuó ganándose las habichuelas en el cine. Durante ese tiempo, su trayectoria fue irregular, intercalando éxitos notables con fracasos. Y eso que el hombre llegó a rodar algún trabajo competente, caso de "Cop land" (1997), pero la taquilla no se alineó con las buenas críticas. Con la llegada del nuevo milenio la situación empeoró, pues crítica y taquilla no acababan de ver sus trabajos con buenos ojos. Por ello, y ya en el 2006, decidió usar un cartucho que guardaba en la bandolera: hacer otra película de Rocky Balboa.

Para sorpresa de algunos (yo el primero), le salió bien. La cinta resultante tuvo buena acogida entre los críticos y la taquilla respondió, convirtiendo sus $24 millones de presupuesto (baratita para los estándares de Hollywood) en $155 millones de taquilla. Poco importa la vejez si las cartas se juegan bien. Y Sly lo hizo francamente bien.

Tras ese éxito, Stallone lo vio blanco y en botella. Si la fórmula había funcionado con el boxeador, ¿por qué no con el exsoldado inadaptado? De modo que dos años después, en el 2008, se sacó de la manga una nueva aventura de Rambo, aun cuando recuperar a un personaje de acción en plena jubilación no parecía muy inteligente (¿alguien ha dicho Indiana Jones?). Y el jodío volvió a acertar.

Allí donde la franquicia carnicera había enfilado una cuesta abajo que terminaba en barranco, Stallone supo agarrar el volante y hacerse (un poco) con el control. Y lo logró en unas condiciones muy difíciles, porque pocos daban un duro por un Johnny metido en la tercera edad. Así, bajo el escueto título de "John Rambo", Stallone logró que los $42 millones invertidos devolviesen $113 millones de taquilla. No era para tirar cohetes, pero era un éxito. La crítica, aunque no lo laureó, tampoco le dio la puntilla, lo que no significa que no se quedase a gusto lanzándole algunos mandobles.

En mi opinión, aunque esta película consigue mejorar ligeramente la saga bajo unas condiciones muy difíciles (ole tus pelotas, Sly), continúa siendo un producto justito. Sigue lejos de la primera entrega que, sin ser sobresaliente, era notable, aunque mejora algo respecto a sus predecesoras. El nuevo Rambo es menos chulo, menos granítico, un poco más expresivo y, sobre todo, está cansadísimo. Un comportamiento que contrasta con los aires de berraco que se gastaba en las dos cintas anteriores.

Eso sí, que nadie se lleve a engaños. Rambo es el de siempre, con la sangre más negra que el tizón y, cuando se le inflan las narices, liquida hasta al apuntador. De hecho, la charcutería que monta parece transmitir la idea de que está hasta los huevos de todo y de todos, y lo único que quiere es que se callen de una vez. En cuanto a lo de Birmania, es rebuscado como él solo. A Rambo se le agotan los facinerosos a los que ventilarse, y ya hay que buscarlos dónde haga falta. Imagino que matar extremistas islámicos era oportunista.

En resumen, valoro positivamente esta recuperación a una edad tan avanzada, en un género tan exigente con los años y el estado físico, y por parte de un actor que parece amar los truños, aun cuando puede hacerlo bien cuando quiere. Todo ello de la mano de un personaje que ya parecía perdido en la autoparodia. Eso sí, el asilvestrado se ha empecinado en ganar el record al mayor "body count" de la historia del cine. Como hacía Charlie Sheen en "Hot shots 2" (1993), solo le falta cargarse malandrines arrojándoles puñados de balas.
Jose_Lopez_5
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