En 1985, la cadena estadounidense ABC parió a un personaje televisivo de lo más particular: MacGyver. Tipo casi desconocido para muchos jóvenes de ahora, Angus MacGyver representó a un individuo de lo más curioso en la televisión de los 80. Frente a las series policíacas de diverso pelaje, cuyos protagonistas lidiaban con los problemas a tiros o envolviéndose en dramas, la serie homónima "MacGyver" proponía a un héroe pacifista que defendía la ciencia como solución a los problemas.

Así, Mac se hizo famoso al emplear objetos cotidianos e inocentes para crear artilugios y soluciones ingeniosas con los que salvar la situación. Desde tapar una fuga de ácido con tabletas de chocolate (un puto clásico), hasta mezclar productos de limpieza para crear humo con el que detectar haces de luz, pasando por desviar un láser con espejos, o hacer cualquier virguería imaginable con un clip.

En cierto modo, su protagonista, interpretado por un ya irreconocible Richard Dean Anderson, actuó como un Prometeo que arrebató el fuego a los héroes musculosos faltos de seso para entregárselo a los frikis, a los empollones, a los raritos, a los científicos. Vamos, que hizo sexy al intelectual de ciencias (al de letras, que le den). Durante siete temporadas, Mac, que trabajaba para una fundación que velaba por el orden, la paz y el buen rollete (véase spoiler 1), vivió toda clase de aventuras, tanto en EE.UU. como en el resto del mundo, en donde la física y sus materias hermanas eran sus armas.

Era, además, un gachón con buena percha, guapetón (estándar de los 80, vaya), simpaticote, que siempre transmitía positividad (véase spoiler 2). En consecuencia, a MacGyver le sobraban las nenas, las titis, las pivas, las chorvas, los culitos prietos que llevarse a la boca cuando quisiera. Pero, eh, él era un caballero ante todo, y no iba por ahí dando latigazos con su picha cual Rocco Siffredi.

MacGyver, por tanto, fue novedoso en múltiples aspectos, toda vez que sus soluciones lucían una base científica sólida. Vamos, que verosímiles eran. Otra cosa es que se basasen en excepciones, rarezas o combinados de sustancias y fuerzas milagrosamente equilibradas. Sea como fuere, derrochaba más luces que aquellos garrulos embrutecidos de palillo en boca y dedo presto sobre el gatillo.

Aunque la serie fue bastante buena, también era un producto ochentero e ingenuo. Uno explotado hasta la degeneración y la pérdida de audiencias. De hecho, en sus últimas temporadas a Mac lo volvieron un ecologista, lo que, aunque respetable, no pasó de un intento por adaptarlo a la moda del momento. Sin embargo, nada de eso impidió que se las viese con toda clase de facinerosos, entre los que no faltó algún rocambolesco archienemigo que siempre parecía morir para, tiempo después, reaparecer.

Una vez cancelada, la serie empezó a envejecer casi al mismo ritmo que su protagonista. A pesar de ello, el propio Richard Anderson intentó seguir explotándola produciendo dos largometrajes televisivos que, como ocurre siempre, no pasaron de episodios alargados. Dos jugadas tardías, porque en 1994 a nadie le importaba ya aquello.

Tras su desaparición, y durante un cuarto de siglo, permaneció en el olvido, hasta que en el 2016 se montaron un "reboot" aprovechando el ya cansino "revival" ochentero que, todo sea dicho, no parece acabarse de una jodida vez (véase spoiler 3). Aunque apenas he visto algún episodio, me atrevo a decir que su único punto en común con la obra original es su nombre, con un protagonista que no puede ser más soso y alejado de lo visto en su predecesora. Pero debe tener seguidores cuando, a día de hoy, siguen rodándose temporadas.

En resumen, una de esas series míticas de los 80. Distinta, original y con un personaje carismático. No intente volver a verla. Es mejor dejarla donde está.