Eyes Wide Shut pasará a la historia por haber sido el último largometraje realizado por Stanley Kubrick, una intriga erótica con ciertas reminiscencias al cine paranoide del genial David Lynch o al Kubrick más críptico, es decir, al que nos ofreció trabajos como La naranja mecánica (A Clockwork Orange). Los protagonistas fueron una de las parejas más famosas y polémicas del Hollywood de entonces: Tom Cruise y Nicole Kidman, quienes dieron vida a un matrimonio que entra en crisis cuando la segunda le confiesa al primero, en un alarde de sinceridad porrera, una fantasía sexual recurrente que la perturba y en la que él no tiene cabida.

Kubrick introduce en la película interesantes simbolismos y crea una atmósfera tan asfixiante como aterradora (véase la escena de la orgía y el magnífico uso de la steadycam), logrando que los espectadores sintamos la misma angustia que el personaje principal. También me gustaría alabar el trabajo de los protagonistas (geniales ambos) y su apartado sonoro (nunca unas pocas notas musicales provocaron tanto cangelo) y visual (a destacar los rojos y azules que predominan en cada una de las estancias durante la confesión del personaje de Kidman).

Como única gran pega señalaría su excesivo metraje, algo que podría haberse evitado eliminando escenas que aportan poco y desvirtúan el resultado final (a la cabeza me viene la que tiene lugar en la tienda de disfraces). Eyes Wide Shut no es perfecta, pero sí un excelente título que cierra con orgullo una de las carreras cinematográficas más fascinantes habidas y por haber.