Combinar humor y terror es una tarea complicada que muy pocos directos (Mel Brooks o Sam Raimi) han sabido realizar. El actor David Arquette se pasa al otro lado de la cámara (aunque también actúa en la película) para realizar esta cinta de sustos y crítica política, aunque lo hace con cierto desatino. La trama sigue a un grupo de jóvenes hippies entre los que destaca la sorprendentemente puritana Samantha (Jaime King), quién huye de un posesivo y violento novio, Jimmy (Baltazhar Getty). Juntos se dirigen en una furgoneta (que parece sacada de Scooby-Doo) a un festival de música en el que todos los años se suceden extraños asesinatos…

El guión es bastante sencillo y en ocasiones resulta soso y falto de ironía, del mismo modo que la dirección es igualmente plana e insustancial. Los actores tampoco destacan en demasía, siendo mucho más interesante fijarse en quién aparece por pantalla que en sus interpretaciones. Así, podemos vemos a Lukas Haas, el niño de Único testigo (Witness), Jason Mewes, actor fetiche de Kevin Smith o incluso algún cameo como el de Wes Craven.

Puede tener gracia que el asesino use un disfraz de Ronald Reagan y se dedique a dar caza a los hippies que llegan al lugar, pero es sólo eso, una gracia momentánea que no explotada debidamente a lo largo del metraje. Por ello el argumento acaba siendo redundante y aburrido, no consiguiendo demasiada fortuna ni como comedia ni como película de terror. En lo primero por lo anteriormente expuesto, y en lo segundo por sus monótonas persecuciones y por pecar además de no dar demasiadas explicaciones sobre el pasado de los personajes (excepto Samantha), por lo que empatizar con ellos es tarea imposible. Si a todo esto sumamos un acabado pobre (ver los efectos alucinógenos que provocan las drogas en los protagonistas), parecido al de cualquier serie B, pero sin el encanto de estas, tenemos un producto mediocre muy por debajo de sus posibilidades.