Si tuviese que destacar algo de esta película de terror y vampiros sería su fotografía, lo cual no dice mucho a su favor. Y el caso es que los ingredientes con que contaban eran, a priori, de lo más interesantes. Basada en unas famosas novelas gráficas (cuya historia, irónicamente, estaba pensada para ser un guión cinematográfico), 30 días de oscuridad nos traslada hasta Barrow, un pueblo de Alaska en el que durante los días que indica el título no asoma el sol, algo que les resulta especialmente propicio a una raza de vampiros sedientos de sangre.

La ambientación está bastante conseguida y el tema es interesante, pero son varios los fallos que hacen que la película naufrague, entre ellos el no saber crear la tensión necesaria (problema también del director al no dominar el espacio-tiempo), la poca entidad de los personajes (el tema de la separación de los protagonistas resulta sosísimo) o, para colmo, que muchas situaciones y personajes acaben resultando risibles (sirva como ejemplo el dialecto utilizado por los vampiros o algunos de sus rasgos), algo imperdonable en el género, por mucho encanto cercano a la serie B que tenga. Tampoco el trabajo de los actores es nada del otro mundo, la mayoría simplemente cumplen con su cometido, siendo la elección de Josh Hartnett como héroe de la función todo un error de casting. Eso sí, se agradece ese giro hacia el gore (véase la escena del brazo amputado), por lo menos así consiguen animar un poco su excesivo metraje.