El bueno de Francis Ford Coppola no es ningún dios encarnado, ni tiene la fórmula de la Coca-Cola, ni el secreto de la eterna juventud. Es un ser humano que decidió ponerse a escribir y dirigir obras maestras que deleitarían al mundo, como la trilogía de “El Padrino”, y otras que lo aburrirían someramente, como la que nos ocupa.

“El hombre sin edad” no es uno de sus trabajos menores, y por ello no deja de poner todo su conocimiento y su enorme experiencia con el lenguaje cinematográfico para abordar una historia sin pies ni cabeza, con unos personajes mal desarrollados y poco interesantes. Cuenta una historia surrealista, fantástica, y elabora un romance mucho más fantástico por su poca credibilidad, nada auténtico. Tim Roth y Alexandra Maria Lara ponen toda la carne en el asador para darle empaque a la relación entre sus personajes, pero se trata de una misión imposible cuando los personajes, realmente, no existen ni empatizan con el espectador.

El filme sólo destaca por su estupenda fotografía, obra del rumano Mihai Malaimare, y por el virtuosismo de Coppola a la hora de dar lecciones de cine en cada fotograma. El gran fallo de la película es su carácter surrealista y experimental, que impide cualquier intento de coherencia en un guion ya de por sí muy perdido. La sensación final es de haber derrochado un talento tan reconocido en un trabajo ambicioso que no ha podido llegar tan lejos.