Otra muestra de cine de terror ochentero del prolífico e irregular John Carpenter. Parece mentira que el director de una obra maestra como "La Cosa" (1982) llegue a firmar un producto como "El príncipe de las tinieblas".

La historia se podría resumir así: un sacerdote reclama la ayuda de un profesor de física y sus alumnos para investigar un misterioso cilindro escondido en una vieja iglesia. En el cilindro se mueve algo verde y viscoso, lo que el sacerdote enseguida identifica como la esencia del Mal. Además, parece que dicha sustancia atrae lo maligno a la iglesia, y pronto se ven rodeados de pordioseros y mendigos que no les dejan salir. Para colmo, estos vagabundos están liderados nada menos que por el mismísimo Alice Cooper. Mientras tanto, el grupo descubre que tiene un sueño común, extraño e inquietante, y empezarán a darse cuenta de que lo que hay en el cilindro es mucho más que pura esencia maligna.

Carpenter aúna el misterio teológico con explicaciones científicas mezclando churras con merinas, lo que hace del guión un embrollo muy poco consistente e irrisorio. La historia es ya de por sí ridícula y esa extraña mezcla entre ciencia y religión no logra dotar al filme del interés necesario. Las actuaciones también están lejos de lograrlo, incluso en unos poco inspirados Donald Pleasance y Victor Wong.

Lo único destacable son algunas escenas de corte gore y la ambientación, tanto musical como de atmósfera, que logra Carpenter en casi todas sus películas. Además, el filme tiene ese aire nostálgico de los que hemos disfrutado la infancia y la juventud en la década de los '80 y recordamos esta película con cierto aprecio.