A medio camino entre “Indiana Jones y la última cruzada” (1989) y “La lista de Schindler” (1993), ambas monumentos cinematográficos, asoma tímidamente la cabeza una de las menos destacadas obras del insigne Steven Spielberg. Para colmo, se trata de una película en la que se dan la mano todos y cada uno de los valores spielbergianos en un estado de exaltación continua de la infancia. Pero, como todo lo excesivo es perjudicial, la saturación infantiloide de “Hook” casi acaba hundiendo el barco del Capitán Garfio en las taquillas (aunque tratándose de la marca Spielberg, no lo hizo).

La película, realizada con un claro “para todos los públicos”, ensalza el espíritu inocente de la mejor época en la vida de toda persona: la infancia, edad de juegos eternos, diversión sin límites, poderosa imaginación y momentos imborrables. Todo ello sobrevive en el País de Nunca Jamás, donde reside el niño-eterno Peter Pan (Robin Williams). Pero Peter Pan dejó su adorado país y se olvidó de él, transformándose en un horroroso padre responsable y aburrido, absorbido por el trabajo, sin hacer apenas caso a sus hijos. Pero un mal día (o bueno, según se mire) sus hijos serán secuestrados por el eterno enemigo de Peter Pan, el Capitán Garfio (Dustin Hoffman), y el aburrido y fofo Peter tendrá que volver al País de Nunca Jamás y recordar lo que fue una vez.

Pretenciosa hasta la médula, la película se desarrolla en una continua atmósfera de vacuidad y ñoñería que obliga al espectador a hacer un esfuerzo considerable por sacar algo de interés. Spielberg narra la historia como un cuento, pero además la desarrolla y la factura de la misma forma. Es, definitivamente, la película más “Amblin” de todas por la cantidad de clichés que presenta, y la que peores críticas ha recibido de toda su filmografía. No quiere decir con esto que “Hook” sea una bazofia, ni la película es mala, pero no llega a dosificar bien los excesos y puede llegar a saturar demasiado.

El Spielberg de ETs, Indianas Jones y colores púrpuras pretende reunir todas las concepciones sentimentaloides y aventureras de sus películas en una sola, como si Peter Pan fuera el epicentro de todas las demás. Es como un director-niño que juega con la cámara y sólo filma las escenas que más le gustan, traspasando esa sensación al espectador. Al tratarse de un excepcional narrador de historias, definitivamente clásico en su técnica, se le puede perdonar la evidente teatralidad de su puesta en escena, sus colores chillones y su concepción de la obra como un circo de personajes absolutamente ridículos.

Si su pretensión era enfocar a un Peter Pan resucitado, y reavivar así los recuerdos del País de Nunca Jamás que cada uno de nosotros tenemos dentro, creo que no ha logrado su objetivo. El mayor logro del filme se centra en sus aspectos técnicos, su acertado diseño de producción y, una vez más, la gran partitura de John Williams. Pero ni Robin Williams, ni Dustin Hoffman, ni Julia Roberts (y mucho menos esta última, quizás el peor papel de su carrera) nos trasladan lo suficiente al País de Nunca Jamás.

Y sé muy bien que el Peter Pan que aún sigo llevando dentro no es el que he visto en esta película. No siempre se gana, amigo Steven.