Quien haya tenido la oportunidad de leer la famosa novela de Patrick Süskind, verá harto difícil adaptar su complejidad a la gran pantalla. Tom Tykwer lo ha intentado en esta co-producción europea, y el resultado no ha sido tan malo como se podría esperar; es más, incluso resulta una adaptación conseguida si tenemos en cuenta su dificultad.

Y es que la novela de Süskind es eminentemente sensorial. Es difícil representar, y nunca mejor dicho, la esencia de la novela, repleta de olores, fragancias y aromas, pero Tykwer lo consigue mediante planos efectivos y a veces necesariamente surrealistas (como el bebé Grenouille olisqueando un dedo), lo cual ya es loable. Pero no consigue reflejar el sentimiento de abominación y desprecio que Süskind consigue transmitir al lector hacia Jean-Baptiste Grenouille, un asesino de lo más original y, a la vez, de lo más desgraciado que ha dado la historia de los serial-killers.

Grenouille es considerado desde su mismo nacimiento como heraldo de males. Tratado con indiferencia y con asco, se ve marginado por la sociedad francesa del siglo XVIII a pesar de reconocersele un talento increíble para el olfato, con el que va conociendo el mundo que le rodea. Pero el mismo Grenouille no desprende ningún olor, lo cual inquieta a la gente, que tenderá a apartarse de él. Su obsesión compulsiva por destilar el perfume perfecto, y su carencia afectiva y de valores para distinguir entre el bien y el mal, harán que se convierta en un peligroso y metódico asesino.

Es un ser que muda de personalidad conforme se aplica los perfumes de su creación, con los que consigue resultar encantador, permanecer oculto o mostrar indiferencia cuando se le antoja. Son máscaras olfativas que se coloca según sus necesidades, con lo cual se resalta su total carencia de personalidad. Cuando mata no es consciente de su perversidad; Grenouille es como una máquina que está programada para un fin y no tiene remordimientos a la hora de aplicar los medios para conseguirlo.

El formato del filme es impecable. Una muy cuidada escenografía y fotografía enriquecen sobremanera la cinta. Algunas escenas, a pesar de su crueldad, son de una belleza hipnótica, con el añadido de otras de manifiesta sensualidad. La estética general de la película combina la oscuridad de los interiores con una variada y llamativa paleta de colores en los exteriores. Tykwer muestra así la variedad de los olores que capta Grenouille, dando así a la cinta una potencia visual pocas veces vista en el cine europeo.

El desconocido Ben Whishaw se encarga de dar vida a Grenouille, pero no consigue dotar al personaje del desprecio que se siente en la novela hacia él. Sin embargo, Alan Rickman y Dustin Hoffman realizan papeles notables, como viene siendo habitual en ellos.

Lo que es seguro es que el perfumista no dejará indiferente a nadie. Recomendable.