Intento de adaptación seria de la famosa novela de Burroughs, sin nada en común con las viejas películas en blanco y negro de Johnny Weissmüller. Esta vez, el rey de los monos es el siempre inexpresivo Christopher Lambert, en pleno auge en la década de los '80.

Hugh Hudson vino de estrenarse con todo un clásico, "Carros de fuego", para embarcarse en una película que pretendía ser más seria de lo que en realidad fue. Como viene siendo habitual en este tipo de películas de aventuras, la fotografía juega un papel fundamental a la hora de darle brillo y color a la cinta, recordando un estilo propio del cine de aventuras clásico, y nos regala unos espectaculares exteriores repletos de bellas cascadas, bosques frondosos y árboles milenarios.

En cuanto a la historia, ignoro lo fiel que pueda ser a la novela original, pues no la he leído, pero resulta bastante entretenida y bien llevada, aunque en algunos tramos peque de falta de ritmo. Con la escusa del rescate del conde de Greystoke de las manos de una comunidad de simios, vemos dos partes claramente divididas: la puramente aventurera, donde Hudson nos muestra el desarrollo de la criatura desde que era un bebé hasta su forma adulta, y una segunda parte tragicómica, donde un excelente Ian Holm rescata a "Tarzán" de su vida salvaje y lo lleva a Escocia, a las que van a ser sus tierras como conde de Greystoke.

Es evidente la moraleja fácil de la cinta. A ojos de "Tarzán", la vida salvaje de la jungla no se diferencia en mucho a los horrores del ser humano civilizado, el cual mata por deporte y no por superviviencia, aísla cruelmente cualquier especie animal para su estudio y se autoproclama rey de la creación por encima de todos los seres vivos.

Destacan las buenas interpretaciones de una bellísima Andie MacDowell, Ian Holm y Ralph Richardson, especialmente la de este último. Esta película sería de las últimas de su dilatada carrera.

Vistosa y, sobre todo, entretenida.