Después del fracaso que supuso "Hook", el gran rey Midas de Hollywood planeó en su rentable mente adaptar el tecno-thriller de Michael Crichton "Jurassic Park". Ese proyecto propició que se generara una impresionante campaña de publicidad incluso antes del estreno de la película, e inició lo que se ha venido a llamar la "dinomanía", de la que pocos escaparon.

Spielberg lo volvió a hacer. Volvió a impregnar de magia las tiras del celuloide, volvió a sorprender al mundo entero recreando un increíble parque de atracciones donde lo imposible se hizo realidad. Cuando los efectos digitales estaba empezando a jugar un papel muy importante en el cine, y los espectadores aún no estaban acostumbrados, la sensación de realidad que dio Spielberg a sus dinosaurios se parecería a la que dio Richard Donner cuando quiso hacernos creer que "un hombre podía volar" en su "Supermán". Por ello, "Jurassic Park" cuenta con el beneficio del oportunismo, pues apareció en el momento en que la gente aún no estaba saturada de efectos digitales. Buena parte de su éxito se debe a ello.

La historia es bien sencilla, incluso diríamos plana, pero Spielberg es único contando historias, pues las detalla con múltiples golpes de efecto, tanto argumentales como visuales. Estos últimos son los que más fuerza dan a la cinta, pues los dinosaurios son formidables, y su primera aparición deja al respetable con ganas de ver muchos más. Spielberg se convierte así en el perfecto negociador: da a la gente lo que quiere ver, y a los niños lo que quiere que sus padres les compren después.

Spielberg cuenta con un reparto de los que suelen ser comunes en su filmografía: actores de no mucho renombre para que no eclipsen la historia principal. En esta ocasión contó con Sam Neill, que venía de papeles principalmente secundarios, y Laura Dern 3/4 de lo mismo, aunque también tuvo la acertada idea de incluir al inquietante Jeff Goldblum (inmenso en su papel de matemático del caos). Además, como hiciera con François Truffaut en "Encuentros en la Tercera Fase", ha contado con Lord Richard Attenborough para hacer del visionario y megalómano empresario John Hammond, bordando su interpretación.

La cinta tiene momentos que se han quedado grabados en la historia del cine, como la llegada del helicóptero a Isla Nubla, el vaso de agua que se mueve al acercarse el Tyrannosaurus Rex, o el magistral juego del gato y el ratón en las cocinas con los velociraptores.

El acompañamiento musical es, como siempre en John Williams, sublime. La banda sonora es de las más recordadas y una de las mejores que ha creado jamás el compositor neoyorkino, lo que hace enriquecer sobremanera una cinta que se disfrutará por mucho tiempo y por muchas generaciones. Y todo gracias a ese gran director que lo mismo nos hace vivir los padecimientos más horribles de una guerra, como nos hace disfrutar con historias que sólo pueden provenir del mundo de los sueños.