Sorprendentemente buena. Esa es la primera impresión que me viene a la cabeza después de haber visto la última (o eso dicen) entrega de la trilogía de los hermanos Wachowski. Por encima de argumentos o actores se encuentran sin duda los efectos especiales, en su momento absolutamente ácongojantes. La calidad de las escenas construidas a base de píxeles es acongojante, y máquinas, explosiones y los propios protagonistas en sus batallas se aprovechan de una ayuda tan profesionalmente realizada que es difícil criticarle algo.
Otra conclusión que se puede sacar al ver TMR es que la segunda parte de la saga la debieron realizar con los restos de las otras dos, porque es inexplicable la presencia de un capítulo tan mediocre entre dos grandes títulos (la pela es la pela, supongo).
Otro acierto de este filme es la correcta conexión entre las tres ediciones, con guiños a personajes carismáticos de sus predecesoras (surrealista la presencia de Monica Belucci, con una frase para ella sola y un par de… gestos faciales con los que demostrar su calidad interpretativa). TMR es, en definitiva, una gran excusa para ir al cine caro que está a dos kilómetros de casa con tal de apreciar con la mayor calidad posible el grandioso despliegue gráfico que pone una dignísima conclusión e introduce a The Matrix en el club de las trilogías míticas del panorama cinéfilo.