Cinematográficamente indefendible, "Pink Flamingos" pasa por ser la "obra maestra" del pope Waters. Con esta historia acerca de la lucha por ser "la persona más inmunda del mundo", Waters logró un monumento "trash" hipermotivado de transgresión y cutredad: "Pink Flamingos" es una frikada llena de inmundicia, escatología, sexo inconsitente con la "star" Divine, haciendo repelente hasta la náusea su ya nauseabundo personaje al que rodean aún más tarados y zafios acompañantes. Estamos ante un monumento del antiglamour, ante la obra de un enfermo, encantado de ser así y que puede preciarse además de haber influido en los inicios de gente como Peter Jackson (sí, hijos, sí) o Almódovar (esto parece más coherente), así como en Solondz (lo mismo que en el manchego), por ejemplo.
Absolutamente inenarrable, Waters pasa las líneas rojas de lo delictivo muchas veces (venta de heroína en los colegios, tráfico de bebés...), pero siendo como quiere ser una mediocridad absoluta, casi diríamos que hasta una pura mierda, quizás es innegable que su director logró con creces, mejor que bien, los zafios propósitos de su apuesta. Un clásico asqueroso o un asqueroso clásico, un film de culto embotada en depravada suciedad. Y ahí sigue, con cierta y mugrosa lozanía.